Sobre los fines y los usos de las guías de práctica clínica
En un principio fue la experiencia individual. Pero la propia y limitada experiencia de un médico concreto no da para mucho y rebosa incertidumbre por los cuatro costados. Con el tiempo ha ido imponiéndose la idea de obtener destilados de conocimiento para la práctica clínica a partir de la experiencia acumulada por muchos médicos y de los resultados de las intervenciones en muchos miles de pacientes. Y así se han ido desarrollando los ensayos clínicos por un lado y las guías de práctica clínica por otro. Hoy, estas guías se han convertido en el providencial nexo de enlace entre la investigación y la práctica médicas, en la formulación magistral que pone en bandeja la medicina basada en la evidencia para el médico. Las guías de práctica clínica representan el gran árbol de la ciencia que ayuda a tomar decisiones y pueden considerarse también como un tótem de la medicina actual, pues su simple presencia y existencia parece proteger y avalar el ejercicio clínico. Sin embargo, no todas las denominadas guías son auténticas guías de práctica clínica ni todas las que sí lo son se ajustan, como debieran, a la medicina basada en la evidencia.
De las 1.100 guías elaboradas en España entre 1990 y 2002, sólo alrededor de la cuarta parte merecen esta denominación, y de ellas menos del 20% se basan en la evidencia, es decir, han sido redactadas con arreglo a las revisiones sistemáticas de los mejores estudios, según un estudio pendiente de publicación realizado por el grupo de Ignacio Marín, internista del Hospital Universitario Valme de Sevilla y uno de los expertos españoles en guías de práctica clínica. Si además se tienen en cuenta las redundancias entre las guías y ciertos requisitos como los de actualidad, adaptación a la asistencia o claridad en la redacción, el número se reduce y resulta insuficiente para contemplar toda la diversidad de dilemas clínicos que precisan recomendaciones basadas en el conocimiento. Este déficit de guías y sus diversas insuficiencias se traducen, a la postre, en una carestía de ayudas a la toma de decisiones, tanto para los médicos como para los pacientes, lo que muy probablemente tiene como resultado una medicina de peor calidad. Para cubrir estas carencias, “se echa en falta una participación mucho más activa de los organismo públicos gestores de los servicios sanitarios”, como apuntaba Xavier Bonfill, director del Centro Cochrane Iberoamericano en un artículo editorial en Medicina Clínica (12 de abril de 2003), a la vez que “un organismo o algún tipo de coordinación de ámbito estatal que mantuviera registradas y accesibles las guías” para evitar duplicidades y despilfarro de recursos.
El sugestivo título del artículo de Bonfill, “Guías de práctica clínica: tenerlas, que sean de calidad y que salgan del armario”, apunta una tríada de condiciones necesarias. Con todo, las guías no son la panacea, pues los estudios de Marín muestran que, una vez implantadas, aportan un beneficio de sólo el 10-15%. El tótem, claro está, no hace milagros.
Deja una respuesta