Sobre la vigencia del debate de las dos culturas

Lejos de haberse extinguido o de quedar como un episodio histórico demodé, el polémico debate sobre las dos culturas inaugurado por el científico y escritor británico Charles Percy Snow a mediados del siglo pasado sigue vigente y puede rastrearse hoy en muy diversos eventos culturales. La actual exposición en el Museo de Orsay de París para interpretar el origen de la abstracción pictórica a la luz de la ciencia o la simultánea Semana de la Ciencia de Barcelona con su llamamiento a la integración son sólo dos ejemplos de la fecundidad de una relación amor-odio que no tiene visos de solución y que por eso sigue dando mucho juego de letra impresa, conferencias, exposiciones y otros productos culturales.

La inicial distinción entre cultura científica y literaria planteada por Snow en su famosa conferencia Rede en Cambridge (Reino Unido) en mayo de 1959 quedó pronto superada y transfigurada en una dicotomía entre ciencias (donde se alistan también todo tipo de técnicos y expertos) y humanidades (donde entran, junto a escritores y poetas, todos los demás artistas, los historiadores, los filósofos y demás gentes de letras), acertadamente planteada en forma de ecuación por el divulgador científico Jorge Wagensberg como: cultura menos ciencia igual a humanidades. La ecuación asume algo que muy pocos se atreverían a negar: que la ciencia es una parte de la cultura, pero a la vez asume alguna distinción entre cultura científica y humanística. Esta distinción, tan evidente como la que existe entre la pura objetividad y la impura subjetividad, puede plantearse como dicotomía o como un continuo entre extremos, pero en cualquier caso abre interesantes posibilidades de interacción entre científicos y humanistas, e incluso encierra, como todas las dicotomías, una promesa de unificación.

El diálogo entre las dos culturas y la utopía de una tercera cultura unificadora, además de dar mucho juego a la industria cultural, puede servir para contrarrestar la creciente superespecialización, promover la divulgación científica (más necesitada que la de las artes, por ser más antinatural y difícil de explicar) y fomentar una cultura de bases más amplias y sólidas. Pero, con todo, el problema de las dos culturas no deja de ser un artificio, que tergiversa el concepto antropológico de cultura y que afecta a una minoría de la humanidad. La inmensa mayoría de los humanos no son ni científicos ni humanistas. Muchos de ellos ni siquiera saben leer y escribir, y entre los que saben, la proporción de analfabetos funcionales es creciente. ¿Quiere decirse que toda esta masa de población carece de cultura? ¿Acaso no piensan, sienten y actúan según pautas culturales? Un problema más importante que la distinción de las dos culturas es sin duda el arraigo masivo y universal del pensamiento mágico en detrimento del racional para hacer frente a los desafíos del mundo. Y para atajarlo, hace falta cultura científica y humanística, ya sea  juntas o por separado.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *