Probando, probando

Sobre la evidencia clínica y el devenir de las pruebas

Por más consistentes que parezcan las pruebas o evidencias clínicas, todavía parece más firme y testaruda la inercia a ignorarlas. Son muchos los ejemplos que corroboran esta máxima, pero podemos fijarnos en uno de los más livianos para ilustrarlo. En 1975, en el British Medical Journal (BMJ) se decía: “Ya no hay excusas para asociar la fiebre, los ataques epilépticos, la diarrea, la bronquitis o las erupciones a la dentición”. Pues bien, más de un cuarto de siglo después, un estudio que publicó la misma revista el 12 de octubre de 2002 revelaba que entre médicos de familia, pediatras, dentistas, farmacéuticos y enfermeras todavía prevalece, aunque en distinta proporción, el mito de que la salida de los dientes se acompaña de una variada gama de síntomas, cuando la evidencia clínica indica que, todo lo más, éstos son muy leves e infrecuentes. Esta falsa creencia, además de conducir a medicaciones innecesarias para la dentición, puede provocar retrasos diagnósticos de enfermedades importantes. La evidencia, como se ve, no es tan evidente como indica esta desafortunada traducción del inglés “evidence”.

El prestigio que tiene la Colaboración Cochrane se debe en buena medida a que es la principal iniciativa internacional para impulsar la llamada medicina basada en la evidencia. Sin embargo, y a pesar del buen hacer de los grupos de revisión, algo sigue fallando porque la brecha entre la evidencia y la práctica sigue siendo muy grande, como los bordes de una gran herida que no acaban de juntarse. El 8 de agosto de 2002 el director del BMJ, Richard Smith, dio una conferencia cuyo prometedor título inicial, “If I were editor in chief of the Cochrane Collaboration what would I do to improve the quality of Cochrane reviews”, fue reemplazado por otro más sugestivo y revelador: “Si yo fuera el director de la Cochrane Collaboration cómo haría la Biblioteca Cochrane más útil, manejable, sexy y entretenida”. La provocadora charla de Smith venía a decir que el rigor no debe estar reñido con la amenidad, y que hay que ir probando nuevas e imaginativas vías para difundir la evidencia de forma más clara, interesante y accesible.

Una de las mejores formulaciones de este espíritu es la obra “Clinical evidence” del grupo BMJ, cuya primera edición en castellano vio la luz en julio pasado gracias al Centro Cochrane Iberoamericano que dirige Xavier Bonfill.  Esta obra, presentada en formato de preguntas clínicas, es una guía viva y con un porvenir impresionante, tanto en internet (www.clinicalevidence.com), donde está en permanente actualización en inglés, como en papel, con sus dos ediciones al año. La lástima es que cuando salió la traducción en español ya había una nueva edición en inglés. La coordinadora editorial, Marta Gorgues, espera que haya nuevas ediciones en español, incluso electrónicas. Porque, como se advierte en la obra, “las ediciones anteriores de Clinical Evidence deben ser desechadas o consideradas como curiosidades históricas”.


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