Sobre el culebrón verdinegro de un brebaje milenario
¿Saben el último del té? Uno de los últimos, para ser más exactos, nos llega de Israel, desde el Beth Israel Deaconess Medical Center, donde aseguran que los mayores beneficios del consumo de este salutífero brebaje se observan entre los pacientes que ya han sufrido un infarto. Cuando más té ingiera un paciente tras sufrir un infarto, dicen los autores en Circulation del 7 de mayo, más probabilidades tendrá de sobrevivir en los siguientes tres o cuatro años. Si no fuera porque lo proclama una autoridad como Circulation, el asunto no merecería mayor atención. Pero el caso es que los mensajes que provienen de fuentes autorizadas son recogidos por los medios de comunicación y llegan a los lectores de medio mundo. Aunque el nivel de escepticismo de los lectores de noticias de salud debe de haber crecido más o menos a la par que el volumen de mensajes en los últimos años, todavía muchos creen que todo lo que aparece en un medio respetable debe ser cierto. Para muchos, además, los mensajes sobre el estilo de vida saludable son auténticas órdenes. Y el problema es que a menudo a estas órdenes les suceden órdenes en sentido contrario, y muchas de ellas carecen de la suficiente base científica. En el caso que nos ocupa, se trata de un estudio observacional y no de un ensayo controlado. ¿Cómo puede saberse entonces que el diferencial de mortalidad entre los grupos estudiados se debe precisamente al distinto consumo de té y no de manzanas o de cualquier otra particularidad dietética, por no salirnos de los cauces alimenticios? Se supone que las virtudes del té se deben a su elevado contenido en flavonoides, pero también lo tienen las manzanas o el brócoli. ¿Y por qué no puede deberse a cualesquiera otras diferencias?
El culebrón del té puede resultar interesante para un observador que no haya padecido un infarto o que no sienta la amenaza de un cáncer digestivo o cualquier otra condición en las que parece tener un efecto protector, desde el Parkinson a la obesidad. El principal beneficiario de todas estas y otras virtudes es el té verde (ya sólo por el nombre y su procedencia oriental, el verde tenía todas las de ganar sobre el negro), una infusión muy popular en los países asiáticos y que en los últimos años ha hecho furor en Estados Unidos y otros países occidentales por sus supuestas propiedades anticancerígenos y anticolesterolémicas. Lo cierto es que en el ya largo historial del té no falta bibliografía que pone en tela de juicio estas propiedades, que muestra la otra cara del té (una de las penúltimas noticias la dio The Lancet el 27 de abril con este escueto titular: “Earl Grey tea intoxication”, donde se contaba el caso de un hombre que estuvo 25 años bebiendo hasta cuatro litros diarios) o da alguna sorprendente campanada. Hay, por ejemplo, un estudio que indica que el té alivia los malos olores, náuseas y dolor de garganta que provocan las viviendas nuevas. Al menos esto, hasta ahora, nadie lo ha desmentido.
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