Sobre el crédito y el descrédito de los estudios observacionales
[divider_flat] Al ser humano le encanta pasar de la anécdota a la categoría. O mejor dicho: no lo puede evitar. Si un esquimal nos roba la cartera, tendemos a pensar que todos los esquimales son unos ladrones; si vemos muchos gordos en una hamburguesería, nos da por pensar que las hamburguesas engordan, y en este plan. El cerebro humano es una máquina de inferir, es decir, de formular principios generales (categorías) a partir de simples observaciones o experiencias (anécdotas). Si no fuera por la cultura, tanto la de letras como la de números, que nos ha prevenido contra esta tendencia y sus peligros, las cosas podrían ser peores. Observar la realidad no deja de ser una ilusión, una trampa del lenguaje, pues sólo podemos observar una pequeñísima porción de la realidad. Por eso, conviene no confundir una observación, necesariamente parcial y azarosa, con toda la realidad. ¿Y si resulta que el esquimal que nos robó la cartera es el único ladrón de toda la comunidad?
La clínica y la biomedicina son lo que son en buena medida gracias a las inquisitivas observaciones de tantos médicos e investigadores que a partir de ellas han formulado hipótesis que luego han verificado (o no). El ojo clínico, tan sobrevalorado en otros tiempos como ninguneado ahora por la tecnología y por una estrecha concepción de la medicina basada en la evidencia, es una herramienta esencial para el médico, pero tiene sus limitaciones: las propias de la cortedad de miras de una sola persona, por larga que sea su experiencia. Asimismo, los estudios observacionales, apoyados en la recogida de datos en una población más o menos amplia, también tienen sus limitaciones. Porque una cosa es observar una población determinada y otra muy distinta interrogarla e intervenir en ella para probar una hipótesis. En el primer caso los resultados pueden estar condicionados por el azar, mientras que en el segundo (en los ensayos clínico aleatorizados) el azar está bajo control.
Los estudios observacionales suelen ser la primera avanzadilla de la investigación, la herramienta que saca a la luz asociaciones de riesgo. Pensemos en el famoso Estudio del Corazón de Framingham y en todas las vías de investigación que ha abierto (el colesterol elevado como factor de riesgo cardiovascular, sin ir más lejos). O en el igualmente famoso estudio de Richard Doll con 40.000 médicos británicos, fumadores y no fumadores, que demostró la asociación del tabaquismo con el cáncer de pulmón. Los estudios epidemiológicos son necesarios y los únicos factibles en algunos casos, pero sus observaciones pueden ser muy traicioneras al llevarlas a la práctica, como pasó por ejemplo con la terapia hormonal sustitutoria en la menopausia: las favorables impresiones de los estudios observacionales fueron luego puestas en su sitio por un gran ensayo clínico que demostró un negativo balance de riesgos y beneficios. Y es que pasar de la anécdota a la categoría (inferir) es siempre más arriesgado que aplicar un principio ya demostrado (deducir).
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