Sobre la regeneración cardiaca tras un infarto y la investigación con células madre
El pulso de la ciencia se ha acelerado está semana con la noticia de que las células del miocardio se regeneran tras un infarto. Lo ha voceado The New England Journal of Medicine, que últimamente parece recrecido y dispuesto a mantener su liderazgo incluso en internet, al publicar los resultados de un trabajo experimental cuyo título no deja lugar a dudas: Evidence That Human Cardiac Myocytes Divide after Myocardial Infarction. La supuesta evidencia, todavía preliminar hasta que sea confirmada por otros trabajos, desafía la presunción de evidencia previa de que el miocardio no se regeneraba tras un infarto, pues se interpretaba que la cicatriz que aparecía en la zona infartada era la prueba inequívoca de que el musculo cardiaco carecía de capacidad de regeneración. Lo que ha demostrado el equipo de Piero Anversa es que un 4% de los miocitos próximos a la zona infartada y un 1% en una zona alejada se están dividiendo a los pocos días de un infarto, y esto representa unos índices mitóticos (actividad multiplicadora) 70 y 24 veces mayores que los de un corazón sano, respectivamente. Aunque esta reserva de regeneración sea insuficiente para recuperar una zona amplia de necrosis, lo que viene a demostrar es que el corazón intenta al menos paliar la lesión.
Al echarse por tierra el dogma de que el corazón es un órgano amitótico, se abre la puerta a la posibilidad de reconstituir el músculo cardiaco lesionado por un infarto o por la edad. Como siempre que cae un muro, las reacciones han sido de entusiasmo difícilmente contenido: “Las implicaciones son increíbles”, ha dicho por ejemplo Valentín Fuster, jefe de cardiología del hospital Mont Sinai de Nueva York, y con algunos años más de investigación “podríamos disponer de una nueva arma terapéutica”. En opinión de Claude Lenfat, director del National Herat, Lung and Blood Institute (NHLBI), que ha patrocinado la investigación, esta vía supone mayor esperanza para las enfermedades cardiacas que la terapia génica; aunque también advierte que estas terapias “no van a estar aquí mañana”. Por su parte, David Finkelstein, director de investigación básica cardiovascular del National Institute of Aging (NIA), otro de los NIH de EE UU implicados en la investigación, ha afirmado que “este hallazgo, si se confirma, puede empezar a clarificar cómo responde el corazón a los insultos de la edad mediante unos mecanismos que no se conocían previamente”.
La cuestión, ahora, como avanza Anversa es encontrar la madre de estos miocitos en pleno apogeo mitótico. ¿Son estas células una subpoblación de miocitos que han conservado su capacidad de división y que tras estar dormidos durante años se despiertan tras el infarto, o bien se derivan de células madre que han llegado al corazón? El propio Anversa publicó en abril en Nature un trabajo que demostraba que la inyección de células madre de la médula ósea en el corazón infartado de un ratón se diferenciaban como células musculares cardiacas. “Si podemos probar la existencia de células madre cardiacas y conseguimos hacer migrar esas células hacia la región del tejido cardiaco dañado, podríamos teóricamente mejorar la reparación del músculo cardiaco lesionado y reducir la insuficiencia cardiaca”, ha dicho Anversa. Y aunque comenta que existen evidencias preliminares de la existencia de células madre cardiacas y que su equipo tiene ya cierta idea de su localización, no quiere precisar nada hasta su publicación en una revista. El investigador italiano lleva ya dos décadas trabajando para dar un triple salto que puede hacer época. Se trataría nada menos que de frenar el infarto y dar marcha atrás en la necrosis, con lo que igual hasta dejaba de ser considerada surrealista la obra de Jardiel Poncela Cuatro corazones con freno y marcha atrás.
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