Sobre calambures, juegos de palabras y la lingüística lúdica en general[divider_flat]
“Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja”. Con este calambur, uno de los más famosos de la historia de la literatura española, Quevedo consiguió insultar a la Reina Mariana de Austria, esposa de Felipe IV, llamándola “coja” sin que se percatara. Los calambures son una de tantas posibilidades de jugar con el lenguaje y probablemente una de las que primero exploramos. Por eso son tan habituales en las adivinanzas que aprendemos cuando empezamos a descubrir –jugando– los entresijos de la lengua: “oro parece, plata no es” o “blanca por dentro, verde por fuera, si quieres que te lo diga, espera”. Parece mentira que haya que recordarlo, pero el lenguaje es uno de nuestros primeros y más duraderos juguetes.
Crucigramas, acrósticos, palíndromos, greguerías, anagramas, sopas de letras, trabalenguas, rimas… El lenguaje es la gran caja de juegos reunidos para todas las edades, gustos y niveles educativos. ¿Y qué decir de los chistes y otras modalidades humorísticas? Desde las revistas de pasatiempos a las aplicaciones para móviles, desde la poesía a Twitter, los espacios destinados a la manipulación del lenguaje por puro solaz configuran un universo paralelo al de la mera información. Una encuesta realizada por Ipsos en 1998 en el Reino Unido, con motivo del lanzamiento de una nueva revista de pasatiempos, revelaba un dato intrigante y que tiene diversas lecturas: una de cada tres británicas pasaba más tiempo haciendo rompecabezas que el amor con sus parejas.
“Yo siempre hablo en broma. Lo que pasa es que me tomo la broma muy en serio”, escribía ayer mismo en su cuenta de Twitter @ElCallejeroCanela, una de las distinguidas referencias de la lingüística lúdica (he aquí algunas de sus perlas: “no por mucho mazapán amanece mantecado” o “me gusta cuando hablas porque estoy como ausente”). Y no hay más que darse una vuelta por la web de Molino de Ideas, por sus Gominolabs, su Molinarium y otros laboratorios lingüísticos, para constatar hasta qué punto la ludodidáctica es una fórmula magistral para el conocimiento de una lengua viva como el castellano o zombi como el latín.
A pesar de que la lúdica es a todas luces una de sus dimensiones importantes, cuando hablan de las funciones del lenguaje, los lingüistas parecen olvidar que la lengua se utiliza muy a menudo con un fin puramente recreativo. Mencionan sus funciones referenciales, metalingüísticas, poéticas, fáticas… pero se olvidan de la lúdica. ¿Por qué existe esta marginación? “Tal vez porque nuestras inquisitivas mentes académicas han enseñado, a lo largo de los siglos, a mirar fijamente en una sola dirección: la de la lengua como información”, sugiere el lingüista David Crystal, presidente de la Asociación Internacional de Profesores de Inglés como Lengua Extranjera (IATEFL, en sus siglas en inglés) y autor del libro Language play, que empieza con esta rotunda sentencia: “Todo el mundo juega con el lenguaje o responde al juego con el lenguaje”.
También puede ser, como advierte Crystal, que los juegos de palabras y el uso lúdico del lenguaje pueda parecer un tema demasiado trivial para la investigación. Sin embargo, las cosas están cambiando. Lingüistas, psicólogos y neurocientíficos de diverso recorrido están mostrando un interés creciente por explorar las confluencias y posibilidades del juego y el lenguaje. Como empieza a constatar la ciencia, el juego es de las cosas más serias que tenemos. Así que, ¡a jugar!
Foto: Corey Leopold / Flickr
[box type=»info»]Entrada publicada el 26.11.2012 en Molienda de ciencia @ Molino de Ideas[/box]
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