Sobre la polifacética y sorprendente personalidad del oro azul

[divider_flat] La relación entre la calidad del agua y la salud es relativamente reciente. Data de mediados del siglo XIX, cuando el médico inglés John Snow demostró que la epidemia de cólera que diezmaba Londres en 1954 estaba causada por el consumo de agua contaminada con materias fecales. Este simple hallazgo abrió las puertas a la epidemiología, a la revolución sanitaria, al aumento de la esperanza de vida y, si se apura, a la civilización tal y como hoy la entendemos. La clara separación entre el grifo de agua limpia para beber y el del retrete es una de las conquistas más irrenunciables de la civilización y uno de los aspectos que más claramente diferencian a los ricos de los pobres. Todavía hoy la mitad de la población mundial carece de un sistema de saneamiento elemental y la cuarta parte no tiene acceso al agua potable. Como resultado de estos dos factores, casi un 80% de todas las enfermedades (disentería, cólera, hepatitis, fiebre tifoidea y un largo etcétera) y un tercio de las muertes en los países pobres son consecuencia del agua contaminada.

No es fácil saber hasta qué punto son ciertas las grandes cifras sobre el agua. Digamos que hay fuentes más fiables que otras y cálculos más creíbles que otros. Con ciertas ideas sobre el agua y con algunos cálculos menores pasa lo mismo. ¿De dónde sale, por ejemplo, esa idea tan extendida de que hay que beber un litro y medio o dos litros de agua al día? Es difícil saberlo, pero lo cierto es que una reciente revisión de estudios sobre el tema, publicada en el Journal of the American Society of Nephrology, debería liquidar esta absurda afirmación que lleva a muchas personas a beber sin tener sed, asumiendo erróneamente que beber mucha agua es siempre saludable. Otra presunción recientemente desmontada es la de que es preferible lavar las heridas con agua destilada que con agua del grifo. Pues no: la revisión de 11 ensayos clínicos sobre el asunto, publicada en la Cochrane Database of Systematic Reviews de The Cochrane Library, ha demostrado que el agua del grifo es mejor que la destilada tanto para evitar la infección de la herida como para acelerar su curación. Cuando el agua potable del grifo es realmente incolora, inodora e insípida no tiene nada que envidiar a las aguas embotelladas. Muchos de los que compran agua embotellada pensando que es más limpia o segura que la del grifo se llevarían las manos a la cabeza –o a la cartera– si supieran que el 22% del agua embotellada es directamente agua del grifo, al menos en EE UU, según un informe del Baylor Medical Center

El agua es cada vez más un artículo de lujo y de discordia, no tanto por la escasez global de agua dulce como por su desigual reparto, consumo y contaminación. Este “oro azul” es sin duda una sustancia diferente y especial, merecedora de toda una biografía, como la que le hizo Philip Ball (H20 Una biografía del agua). Pero en la historia del agua aguarda las sorpresas, pues su polifacética personalidad esconde seguramente no pocos secretos relacionados con la vida y seguirá desatando encendidas pasiones en el futuro.


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