Sobre la anunciada fusión entre televisión e internet y su relación con la salud
La pronosticada fusión entre la caja tonta y la caja lista – televisión e internet- no acaba de llegar y ni siquiera es predecible cómo será. ¿Engullirá internet a la televisión o al revés? ¿Surgirá un hijo diferente? ¿Se parecerá más al progenitor tonto o al listo? ¿Tendremos un único aparato para navegar, ver la televisión, enviar correos electrónicos e interactuar con una ingente y creciente masa de contenidos multimedia? Algunos proyectos, como el de la empresa WebTV comprada en 1997 por Microsoft o el más próximo a nosotros de Quierotv.com o Quiero.tv (el top level domain .tv, ya en pleno funcionamiento, no es sino la constatación de esta tendencia), han apostado decididamente por esta fusión y se preparar para allanar el camino a un futuro que, si no salta la sorpresa, nos va a deparar una progresiva convergencia entre ambos medios. Hay todavía muchas incógnitas sobre cómo será el producto resultante de este entente, pero, al margen de las cuestiones puramente tecnológicas, una de las más intrigantes es qué lugar ocupará el nuevo artilugio en nuestras vidas. Ni qué decir tiene que la medicina estará allí para contarnos cómo repercutirá sobre nuestra salud, como ya lo hace con internet y, desde hace más tiempo, con la televisión.
Uno de los datos más reveladores de nuestra cultura indica que un niño medio de un país desarrollado al termino de la educación obligatoria ha pasado más horas viendo la televisión que en clase. Hoy, sin duda alguna, la televisión es la mayor ventana al mundo para niños y adultos. Es un instrumento impresionante para la educación y el entretenimiento, y aventaja a internet en comodidad, precio y accesibilidad, entre otras cosas. Pero sobre este artilugio, neutro en principio como todos, pesan ya acusaciones graves, principalmente por su uso como sustituto de las relaciones personales (canguro de los niños). Aunque sigue siendo la primera fuente de información sobre salud para el público general, por delante de la prensa y de internet, en los últimos tiempos se ha intensificado una suerte de cruzada médica que lo relaciona con la obesidad, la diabetes, los trastornos del sueño y otras plagas. No hay más que tirar del hilo del sedentarismo que se asocia con la televisión para que, a poco esmerados que sean los estudios, vayan saliendo una tras otra las mayores amenazas para la salud.
El último es uno publicado en los Archives of Internal Medicine de la AMA. Bajo su aséptico título, Physical Activity and Television Watching in Relation to Risk for Type 2 Diabetes Mellitus in Men, se agazapa un mensaje claro: la vida sedentaria, ejemplificada por un exceso de televisión, aumenta el riesgo de diabetes. A poco que los medios de comunicación se encarguen de simplificar el mensaje resultará que la televisión provoca diabetes. Pero ver la televisión, aunque sean muchas horas diarias, ni causa diabetes ni obesidad ni cualquiera de las otras dolencias asociadas con el sedentarismo. Es más, ver la televisión no implica llevar una vida sedentaria. La cuestión es lo que se haga en el conjunto de la jornada, de las semanas y los meses. Otra cosa bien distinta es el que se pueda favorecer la lucha contra la obesidad sustituyendo parte de la ración diaria de televisión por otra de ejercicio, como refleja otro reciente artículo que trata el problema, Effects of contingent television on physical activity and television viewing in obese children” [Pediatrics 2001 May;107(5):1043-8]. Si así están las cosas con la televisión y con internet empiezan a llevar un cariz similar, ¿qué consecuencias negativas para la salud no tendrá el híbrido que se nos avecina? Habrá, sin duda, numerosos estudios que demonicen los nuevos adelantos tecnológicos, pero también -como ocurre ahora- que destaquen sus beneficios. Vaya lo uno por lo otro.
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