Sobre la doble cara del arsénico y los cócteles de brebajes energéticos
En su «Llanto por Ignacio Sánchez Mejías», Federico García Lorca va desgranando una letanía de versos que lloran la muerte del torero y en uno de ellos dice: «Las campanas de arsénico y el humo». Más allá del sonido de la muerte, del repique de la tragedia o del irrumpir imprevisto de la desgracia, estas «campanas de arsénico» consiguen al menos otros dos afortunados efectos evocadores: el de la dureza y el frío brillo de los metales (el arsénico es un metaloide) y el de la actitud macho y viril del torero, pues arsénico es una palabra que procede del griego arsenikon que significa masculino. Viene este preámbulo literario a cuento del inmenso volumen de literatura, no sólo negra sino también médica y científica, que ha producido este elemento del que se conocen desde hace milenios algunos compuestos de extraordinaria toxicidad. Pero el arsénico no es sólo la imagen por antonomasia del veneno mortal, sino que tiene también una larga tradición como medicina desde los tiempos de los hipocráticos, habiéndose utilizado en enfermedades como la sífilis, la malaria o la psoriasis, y, más recientemente, contra la leucemia mieloide crónica.
Es precisamente en el cáncer donde el arsénico muestra mejor este efecto dual: por un lado, puede matar las células cancerosas, y, por otro, puede volver cancerosas las células normales, por ejemplo tras ingerir de forma prolongada agua con pequeñas cantidades de arsénico. Hasta ahora se desconocía la razón científica de esta doble cara del arsénico, pero nos acaba de ser revelada en el Journal of Clinical Investigation, donde investigadores de las Johns Hopkins Medical Intitutions de EE UU comunican que el arsénico inhibe la transcripción del gen hTERT, que a su vez inhibe la expresión de la telomerasa, un enzima que preserva la integridad de los tramos finales de los cromosomas. De momento las aplicaciones de este hallazgo no parecen inmediatas, pero al menos ya sabemos la razón científica de por qué el agua de bebida no debe tener ni siquiera cantidades homeopáticas de arsénico. Tratándose de este veneno, una parte por millón (ppm) es ya mucho y por eso hay que hablar de partes por billón (americano) o millardo, y aun así el actual límite de 50 partes por millardo en el agua de bebida todavía le parece alto a la Environmental Protection Agency (EPA) de EE UU, que ha abogado recientemente por un nuevo estándar para reducir este límite a 10 en 2006.
Pero el interés de los investigadores no es ajeno a las modas y los brebajes que ahora parecen interesar más son las llamadas bebidas energéticas. Con nombres tan enfáticos y sugestivos como Adrenaline Rush (de la multinacional Pepsi), o Red Bull (la famosa marca de los dos toros rojos es la que acapara la mayor cuota de mercado), estas bebidas contienen diferentes sustancias con propiedades energéticas, reales o supuestas, como la cafeína, el inositol o el ginseng, además de un cóctel de vitaminas y alguna que otra sustancia reconstituyente que suele ser el principal reclamo de la bebida, como por ejemplo la taurina, un aminoácido de efectos no bien conocidos. El caso es que estas bebidas, que gracias a las campañas de marketing son consumidas en EE UU por unos seis millones de personas y un número creciente de jóvenes europeos, se han hecho las reinas de la noche y se consumen habitualmente con vodka o whisky. Todavía no ha saltado ninguna alarma, pero el pasado día 15 David Pearson, un investigador de la Ball State University de EE UU, advirtió que la combinación de estas bebidas con alcohol es un cóctel peligroso de estimulantes y depresores. A diferencia del agua con arsénico que beben sin saberlo millones de seres humanos en el mundo, estos cócteles de moda tienen detrás enormes campañas publicitarias y pasan por ser inofensivos.
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