Ciencia y belleza

Sobre las aproximaciones científicas a la vivencia estética

De tanto en tanto, las revistas científicas se ocupan de la belleza. ¿Pero qué puede decir la ciencia de algo tan subjetivo y difícil de definir? Las aproximaciones son de lo más variopinto, aunque una de las rutas más transitadas es la de la biología evolucionista. La belleza sería, en términos biológicos, el indicador externo de una buena dotación genética; y la búsqueda de la belleza en el sexo contrario sería, siguiendo el hilo conductor de la biología, la conducta más apropiada para tener una descendencia sana y fuerte. Sin embargo, la biología no lo es todo, pues cualquier aspecto de la condición humana siempre está determinado por la intersección entre las constricciones biológicas y las variables socioculturales. Así las cosas, los estudios que pretenden formular científicamente los cánones de la hermosura pecan de cierta ingenuidad. Está claro que la simetría, la proporcionalidad, la ausencia de deformidades, la piel sin manchas o los dientes intactos son algunas de las condiciones de la belleza corporal, pero estas características son insuficientes para caracterizar a una persona bella. Además, la vivencia de lo bello puede ser suscitada también por un cuadro o un paisaje, y también por una idea, una teoría o un movimiento. En los confines de la belleza puede darse además la paradoja de que incluso la fealdad tiene valores estéticos. Y, en última instancia, están las preferencias del observador.

Para superar este subjetivismo y explicar todos los tipos de vivencias estéticas, la psicología experimental ha propuesto cuatro categorías de belleza. El primer tipo se define por las relaciones entre los elementos del objeto, tales como simetría, coherencia, equilibrio, claridad o justa proporción, ya se trate de un texto o de un cuadro. El segundo tipo de belleza se refiere a ciertas propiedades que no son tanto del objeto como de sus relaciones con el sujeto que lo percibe, como son los afectos, la comprensibilidad o la pertenencia; el valor estético de un objeto tiene que ver entonces con su capacidad de conmovernos o de identificarnos con él. El tercer tipo de belleza abarca ya a las acciones, y en este sentido puede considerarse bello explorar lo desconocido o expresar un pensamiento de forma original; los criterios estéticos tienen que ver aquí con valores como la innovación, la complejidad o la creatividad. Finalmente, hay una cuarta categoría, denominada estética elemental, que alude a nuestras preferencias por los sonidos armónicos, los paisajes fluviales, las caras simétricas o los cuerpos bien conformados, y a la que prestan especial atención los neurocientíficos. Quizá esta categorización permita intuir mejor la amplitud del concepto de belleza, pero no garantiza en absoluto que se comprenda científicamente. Como advierte el neurocientífico José María Delgado, de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, “mucha de la investigación sobre el cerebro no es ciencia, sino literatura”. En el caso de la belleza esto es especialmente cierto.


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