El modelo 24/7

Sobre el impacto en la salud de vivir y trabajar en sociedades sin horarios

Al menos en las sociedades urbanas, una de cada cinco personas trabaja fuera del horario «normal» de oficina. Probablemente éste es uno de los signos más inequívocos de los nuevos tiempos. Las guardias de noche y el trabajo por turnos no es algo exclusivo de los profesionales sanitarios, pues hay muy diversas actividades que se realizan de manera ininterrumpida 24 horas al día siete días a la semana. A los servicios más esenciales, como pueden ser los sanitarios o de seguridad ciudadana, se han venido añadiendo en los últimos años muchos otros, desde los comercios de 24 horas a los más variados servicios informativos y de atención al cliente, que se han hecho un hueco enseguida. Internet, al mantener «on line» a personas de todos husos horarios, ha acabado por instaurar lo que se ha dado en llamar la «24/7 economy» o «24/7 society», es decir, una sociedad abierta las 24 horas y los siete días de la semana. Lo cierto es que la antigua división entre el día y la noche ha saltado por los aires, como bien reflejan las fotos aéreas de las zonas urbanas por la noche. El mundo está ya permanentemente iluminado, conectado, despierto y trabajando, siquiera sea a ralentí. Pero esto, que no estaba programado en nuestros genes, tiene un precio, que sólo ahora empieza a estudiarse, tanto por cuestiones de salud como para maximizar la productividad.

Desde que en 1960 la cronobiología surgió como disciplina autónoma en un famoso simposio sobre «Relojes biológicos» celebrado en Cold Spring Harbour, el estudio de la ritmicidad grabada en los genes de los seres vivos se ha intensificado dando lugar a subespecialidades de gran interés como la cronoterapéutica o la cronoergonomía (estudio del trabajo y el descanso). Se ha constatado que la alternancia del sueño y la vigilia se acompaña de oscilaciones rítmicas y predecibles en la secreción hormonal, la frecuencia respiratoria y el diámetro de los bronquios, la temperatura corporal y la presión arterial, entre otros parámetros y funciones, pero también en la fuerza muscular, la capacidad de atención y la coordinación. Y asimismo se ha comprobado que los trabajadores por turnos sufren una desincronización de los ritmos circadianos que afecta al rendimiento, además de aumentar el riesgo de padecer trastornos del sueño, gastrointestinales y cardiovasculares. También se sabe que las catástrofes de Chernobil, del Exxon Valdez y del Challenger, entre otras, se debieron a fallos humanos ocurridos a unas horas en las que la capacidad de ejecutar tareas complejas está bajo mínimos.

Shanta Rajaratnam y Josephine Arendt, del Centro de Cronobiología de la Universidad de Surrey (Reino Unido), que han estudiado los efectos sobre la salud y la economía del trabajo nocturno, vaticinan un auge de los pleitos por trastornos de salud en trabajadores por turnos. En su artículo «Health in a 24-h society», publicado el mes pasado en The Lancet, recomiendan a empresarios y planificadores que aprovechen los actuales conocimientos sobre la readaptación del ritmo circadiano para aplicarlos en los trabajadores por turnos. Algunos gurús de la cronobiología, como Martin Moore-Ede, ex de Harvard y fundador del Circadian Learning Center, ya lo vienen haciendo desde hace años. Aunque los experimentos con animales demuestran que esto es arriesgado, pues los cambios en su reloj biológico conducen a un descenso importante de su esperanza de vida, lo cierto es que muchas personas, ya sea por elección o necesidad, están participando en un inmenso ensayo no controlado sobre las consecuencias del cambio de horarios. Y lo que hay que aclarar es qué precio se paga por vivir y trabajar en una sociedad sin horarios y hasta qué punto se puede controlar el reloj endógeno, para así valorar mejor, individual y colectivamente, si vale la pena el modelo 24/7.


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