Sobre la imagen del desamparo en la pintura del perro de Goya
El perro del cuadro tiene las orejas gachas, el hocico elevado, los ojos bien abiertos y la mirada fija, dirigida de izquierda a derecha y desde abajo hacia arriba, mirando no se sabe qué, algo que está fuera de la pintura. En El Perro (también llamado Perro semihundido o Perro en la arena) de Goya (1746-1828) sólo vemos, de perfil, la cabeza del animal, con una expresión atenta y asustada por algo que tiene delante y que se sale del cuadro. La imagen de la cabeza está situada en la parte central inferior y es la única figura reconocible en un fondo de ocres, excepto lo que parece una elevación de terreno más oscura que tapa el cuerpo del perro. No sabemos si el animal está atrapado en la arena o esperando algo, quizá su salvación o un final irremediable. Lo único que vemos es una cabeza, que ocupa apenas un 1% de la superficie del cuadro y es la viva imagen de la soledad y el desamparo de un ser vivo.
Tenemos, pues, una vida frágil y atemorizada, y alrededor, el vacío. Parece que ningún otro pintor famoso hasta Goya había pintado de ese modo la pequeñez de una vida en un silencio cromático y figurativo que anticipa las abstracciones pictóricas y las figuraciones vanguardistas que vendrán después en el siglo XX. Goya pinto este perro en una fecha imprecisa, entre 1820 y 1823, en una pared de su recién comprada Quinta del Sordo (llamada así antes de que la comprara Goya, por un vecino apodado “el Sordo”) a las afueras de Madrid, en la ribera del Manzanares. Lo pintó, pues, en su casa, para sí mismo, como las restantes 13 pinturas negras, cuando iba camino de los 80 años, una edad avanzadísima para la época, y tras haber dejado constancia en su obra, especialmente en sus Caprichos y sus Desastres de la Guerra, de la violencia, la injusticia, lo grotesco, la decrepitud y la muerte, entre otras fijaciones goyescas. El perro es una pintura que se adelanta técnicamente a su época y al desamparo propio del hombre contemporáneo tras todas las convulsiones del siglo XX y los derrumbes ideológicos y religiosos.
La palabra depresión significa hundimiento. El perro de la pintura aparece hundido o semihundido, como lo estaba el propio Goya en una depresión cuando realizó la pintura. Las investigaciones del psiquiatra Francisco Alonso-Fernández, recogidas en su libro El enigma Goya. La personalidad de Goya y su pintura tenebrosa (1999), revelan que la grave enfermedad que padeció el pintor a finales de 1819 fue el brote depresivo inicial de un segundo ciclo del trastorno bipolar que sufría. A la fase depresiva, que duró entre 1819 y 1823 y en la que pintó sus expresionistas pinturas negras, le siguió una fase hipertímica hasta 1828, cuando “Goya muere de alegría”, en expresión de Eugenio d’Ors, y no del saturnismo al que se alude en algunas biografías. Al contemplar el perro de Goya, hundido y desamparado, podemos imaginar no sólo el hundimiento anímico del propio pintor, sino que encontramos la expresión nítida de la vida a la intemperie y del inefable vacío.
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