Electroshock

Sobre la pervivencia de la terapia electroconvulsiva

Casi siete décadas después de su invención, el rudimentario electrochoque no sólo ha sobrevivido al empuje de la moderna farmacología, al cine de miedo (recuérdese la película Alguien voló sobre el nido del cuco y la interpretación de Jack Nicholson) y a la estigmatización social, sino que incluso ha sabido ganarse a la medicina basada en la evidencia. Los números y los ensayos clínicos cantan: la terapia electroconvulsiva es significativamente más eficaz que la farmacoterapia en el tratamiento de la depresión (un metaanálisis en de The Lancet, 8 de marzo de 2003, dixit). Con todo, en plena era de internet y la imagen digital, el electrochoque nos recuerda un poco a aquel método empírico empleado para estabilizar la imagen de las antiguas televisiones en blanco y negro: un golpe seco, lateral o superior, con la opción de nuevos intentos si el primero no funciona. Justificar a estas alturas la eficacia y seguridad de la terapia electroconvulsiva, como hace The Lancet con todo el rigor, no es justificar el absurdo, sino un ejercicio de coherencia que ayuda a poner en su sitio los actuales tratamientos psiquiátricos.

Sobre el electrochoque no cabe hablar de un “revival”, porque nunca se fue del todo. En esencia, sigue siendo el mismo método que idearon en los años treinta unos psiquiatras italianos para remedar, mediante una descarga eléctrica en el cerebro, el beneficio de una crisis epiléptica en la sintomatología psicótica. Las descargas eléctricas se han optimizado con el tiempo y se administran sin causar una convulsión, por lo que algunos prefieren hablar de terapia de estimulación eléctrica cerebral, un nombre mucho más eufónico para una técnica con tan mala prensa, cine y literatura (Hemingway, tras recibir un electrochoque días antes de suicidarse, escribió “Ha sido una cura brillante, pero hemos perdido al paciente”). En estas circunstancias, y con el arsenal farmacológico disponible, lo raro es que el electrochoque no haya desaparecido (sólo en EE UU se administran más de 100.000 al año). Ni siquiera de la literatura médica, que cada año recoge numerosos estudios sobre su eficacia y utilidad. Uno de los últimos, publicado en Psychological Medicine por el grupo de Miguel Bernardo del hospital Clínico de Barcelona, avala su utilización en pacientes resistentes o intolerantes al tratamiento farmacológico a la vez que reconoce una pérdida de memoria a corto plazo y la necesidad de estudiar mejor otros efectos a largo plazo.

La pervivencia del electrochoque indica no tanto lo poco que se ha avanzado (otras terapias no requieren anestesia general ni implican pérdidas de memoria), como lo mucho que queda por mejorar. La psicoterapia, la farmacoterapia y la terapia electroconvulsiva funcionan más o menos sin saber muy bien cómo ni por qué. Igual que el golpe en la caja negra del viejo televisor. Al fin y al cabo el cerebro sigue siendo una caja prácticamente negra por la que circulan misteriosas corrientes de neurotransmisores.


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