Estancias

Sobre la influencia de la arquitectura en la creatividad y el bienestar

Los techos altos favorecen el pensamiento elevado, abstracto y creativo. La afirmación resulta sugerente, pero no es más que una interpretación libre y desinhibida de un estudio de Joan Meyers-Levy, profesora de marketing en la Universidad de Minnesota. El experimento, realizado con sólo un centenar de personas y publicado en 2007 en el Journal of Consumer Research, sugiere que la altura del techo condiciona cómo las personas procesan la información: los techos altos (3 metros) ayudan a pensar de forma más libre y abstracta, mientras que los techos bajos (2,43 metros) propician un pensamiento más detallado y concreto. Como la propia Meyers-Levy ha dicho, la altura ideal del techo depende del tipo de tarea. “En el quirófano, quizá es mejor un techo bajo, porque lo que importa es que el cirujano se fije en los detalles”. Pero, ¿qué pasa cuando hay las cosas se tuercen y hay que improvisar una solución quirúrgica creativa? La influencia de la altura del quirófano en el éxito de la operación es algo que está por estudiar, del mismo modo que está por demostrar si la altura de las estancias que habitamos influye realmente en nuestra manera de pensar y actuar. Podemos creer o intuir que hay espacios mejores y peores para según qué propósitos, pero ¿cuántas viles y ramplonas decisiones se han tomado en las altas estancias palaciegas y cuántas ideas sublimes no habrán surgido en una covachuela? Estamos, en el mejor de los casos, ante hipótesis de trabajo. Si fueran algo más, tendríamos que ir pensando en fabricar techos móviles, porque la gente tiene necesidades cambiantes.
Con todo, cada vez hay más investigaciones que ponen de relieve la influencia de la iluminación natural, la distribución de espacios, la proximidad de zonas verdes y otros factores arquitectónicos en el bienestar y el rendimiento de las personas. Hay estudios que indican, por ejemplo, que la buena iluminación de las residencias de ancianos reduce los síntomas de depresión, que los alumnos de colegios con mejores vistas a la naturaleza se concentran mejor (la disponibilidad de zonas verdes es especialmente beneficiosa para los niños con trastorno por déficit de atención con hiperactividad) y que las estancias mal iluminadas favorecen la relajación y la intimidad. Con el auge de las neurociencias en las últimas dos décadas, este tipo de estudios, apoyados a menudo por las técnicas de neuroimagen, empiezan a ofrecen a los arquitectos pistas fiables para diseñar los espacios y estancias teniendo presente lo que se sabe sobre el funcionamiento del cerebro y la mente. El American Institute of Architects creó en 2003 una institución pionera, la Academy of Neuroscience for Architecture, para aprovechar todo este caudal de conocimientos científicos en el diseño de escuelas, hospitales, centros de trabajo y viviendas. Sin embargo, más allá de algunas directrices básicas, ni la neurociencia ni la ciencia en su conjunto pueden decirnos hoy por hoy exactamente cuál es la casa o estancia ideal. Sencillamente porque las necesidades personales pueden ser muy variables y el asunto del bienestar individual, demasiado complejo.


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