Sobre la idea de bienestar y el concepto de paciente
[divider_flat] El bienestar individual, por suerte o por desgracia, no se puede observar con el microscopio ni con ningún otro artilugio de diagnóstico por la imagen. Tampoco hay prueba de laboratorio que lo mida. Lo que más hay son opiniones y apreciaciones personales. Pero, claro, aquí entramos en el terreno de la subjetividad, un espacio que a la ciencia le produce sarpullidos. Hablar del bienestar en términos científicos es una tarea un tanto decepcionante, porque, como muchos conceptos abstractos sin correspondencia clara con la realidad, resulta muy difícil de acotar y definir. Y, sin embargo, eso es precisamente lo que ha hecho la medicina al equiparar bienestar y salud.
Antes, cuando la salud se definía como el silencio de los órganos, estaba claro lo que era la enfermedad. Ahora, sin embargo, el asumir que la salud es un “estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de enfermedad”, como quedó definida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 1946, lleva implícito que cualquier merma de bienestar es una pérdida de salud. Y, por tanto, cualquier persona que no disfrute de ese estado ideal puede considerarse legítimamente enfermo; además, no faltará quien se lo reconozca e incluso esté dispuesto a colgarle la etiqueta de alguna enfermedad. La creciente medicalización de los problemas cotidianos de la vida, desde la tristeza y la vergüenza a la calvicie y las dificultades de pareja, viene a corroborar que la medicina está extendiendo su campo de actuación más allá de la enfermedad orgánica o mental para adentrarse en el pantanoso territorio de la infelicidad. Sin embargo, uno puede tener sentirse infeliz e insatisfecho con su vida, sin que por ello haya que etiquetarlo como enfermo.
Pretender el mayor bienestar físico, mental y social es sin duda legítimo, pero siempre que no se pierda el sentido de la realidad y se tenga presente que la pérdida de funcionalidad es consustancial al paso del tiempo. La idea de promocionar la salud, un nuevo concepto aireado en la conferencia de la OMS de 1986, alude precisamente a lo que se puede hacer a nivel individual y social para controlar los factores de riesgo y otras variables que influyen sobre la salud. A nivel individual, esto implica llevar una dieta sana, hacer ejercicio, evitar el sobrepeso, no fumar, controlar el colesterol, someterse a revisiones periódicas y algunas otras medidas preventivas. Sin embargo, todas estas precauciones ni funcionan siempre ni garantizan necesariamente un mayor bienestar. Los achaques, el decaimiento y otros problemas son inevitables por mucho que uno se haya preocupado de promocionar su salud. ¿Significa eso que la ha perdido? ¿Qué quiere decir entonces estar bien? Frente a la idea maximalista de la OMS, que conduce más pronto que tarde a que uno se sienta enfermo, ¿no parece más razonable apostar por una idea de bienestar que consista en la capacidad de lidiar con los problemas y achaques de la vida sin convertirse en un paciente?
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