Sobre el auge de la promoción de la salud y la creciente medicalización de la vida

[divider_flat] Una de las tendencias que nos permiten aventurar cómo será el futuro es la creciente medicalización de la vida. Aunque no es fácil definir qué es eso de la medicalización, está claro que esta palabra o palabro debió utilizarse por primera vez hace ya bastantes decenios con un sentido peyorativo, aludiendo a la intromisión de la medicina en ámbitos que no le eran propios, o sea, en todo aquello que no era la curación de la enfermedad. La famosa y polémica definición de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de que la salud es no ya la ausencia de enfermedad sino un “estado de completo bienestar físico, mental y social”  ha abonado el terreno para la actual medicalización de la vida humana. Puesto que la salud y sus cuidados abarcan las dimensiones física, psíquica y social de la persona podemos decir que ya nada le es ajeno a la medicina. Y basta leer los periódicos o adentrarse por MedLine para comprobar hasta qué punto los estudios médicos han puesto en relación la enfermedad con prácticamente cualquier hábito, conducta, condición y desviación de la norma, e incluso con la norma misma.

Entender la salud de una forma tan amplia y global revela por una parte un idealismo que roza la ingenuidad, pues el poder de la medicina no llega ni podrá llegar a tanto, ni mucho menos. Pero el aspirar a ese estado de completo bienestar —aunque sea inalcanzable— tiene sus peligros y sus efectos perniciosos y hasta perversos. Son varios los autores (Szasz, Bensaïd, Foucault, Skrabanek, McKormick y otros) que han hablado de la medicina como una nueva religión. Lo que viene a decir la medicina es que la salud es el cielo y que para alcanzarlo hay que llevar un estilo de vida saludable en todos los órdenes de la vida. Por eso medicalizar nos suena a evangelizar.

Y no estamos hablando de ningún tipo de medicina alternativa o heterodoxa, sino de la oficial y pretendidamente científica. El concepto de promoción de la salud, sin duda loable, se convierte en algo pernicioso cuando se entromete en ciertas dimensiones de la vida. En el sitio web del American Journal of Health Promotion (el más veterano en su género y sometido al sistema “peer review” como mandan los cánones) se dice bien claro que “la promoción de la salud es la ciencia y el arte de ayudar a la gente a cambiar su estilo de vida para orientarse hacia un estado de salud óptima”. Y a renglón seguido se puede comprobar que la salud ya no se queda en los tres aspectos de la OMS, sino que va más lejos: “Salud óptima se define como un equilibrio entre los componentes físico, emocional, social, espiritual e intelectual de la salud”.

Con estas premisas, la medicalización de la conducta humana está servida. Nuestros hábitos serán buenos o malos para la salud, y nuestra vida espiritual e incluso nuestros gustos artísticos e inclinaciones intelectuales también influirán. Sin duda, todo condiciona nuestro bienestar, pero no deja de ser arriesgado querer intervenir médicamente en las manifestaciones de esta verdad de Pero Grullo. Thomas Szasz llamó a este planteamiento “medignosis”, una doctrina según la cual todos los problemas humanos son enfermedades médicas que pueden curarse mediante las apropiadas intervenciones terapéuticas, las cuales, si es necesario, se impondrán por la fuerza al paciente. Para el psiquiatra estadounidense de origen húngaro ésta sería la fe religiosa dominante del hombre moderno. Quizá no haya para tanto, pero la amenaza de medicalización que se nos viene encima puede ser atemperada en parte por los médicos, dejando bien claro con su actitud que la salud no es un camino de perfección y que la medicina ni puede ni debe ser una fe religiosa. Y además no hace milagros.


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