Sobre la mortalidad infantil como desafío ético y político
“Cada año más de 10 millones de niños mueren antes de cumplir los cinco años”. Este es uno de tantos titulares dramáticos que reflejan las injusticias del mundo y las enormes desigualdades entre unos países y otros, pero también la inoperancia para poner remedio a un desastre que podría ser solucionado. Porque está claro, por un lado, que casi todos estos niños mueren en el mundo subdesarrollado como consecuencia de un círculo vicioso de pobreza; y, por otro, que ya está suficientemente estudiado cómo combatir el problema y existen soluciones baratas para evitar muchas de estas muertes. Cualquier referencia comparativa a los costos de las intervenciones sanitarias para paliar la mortalidad infantil es sangrante. Así, por ejemplo, los 2.500 millones de dólares necesarios para la prevención de la malaria, los 4.000 millones para tratar otras enfermedades infantiles y los 1.000 millones para vacunas no suman en conjunto ni la mitad de los 17.000 millones de dólares que los ciudadanos de Europa y Norte América se gastan cada año sólo en dar de comer a sus animales de compañía.
Lo que falta es llevar todo el conocimiento disponible a la práctica, como reconoce y pretende impulsar la revista The Lancet con una serie de cinco artículos sobre lo que su director, Richard Horton, califica como “el más acuciante problema moral, político y de salud pública de nuestro tiempo”. En el último número de junio y los cuatro de julio se van a revisar dónde y por qué causas mueren 10 millones de niños cada año, cuántas muertes podrían evitarse con las intervenciones disponibles, cómo pueden asumirlas los sistemas sanitarios públicos, cómo asegurarse de que son los más necesitados quieren recibirían estas intervenciones y, finalmente, cómo empezar a actuar. En sólo seis países mueren cinco millones de niños cada año y en los 42 países más pobres de la Tierra, nueve millones. Dos tercios de todas estas muertes, es decir, seis millones, podrían evitarse con medidas de bajo coste, como el uso de insecticidas, la lactancia materna, las terapias de rehidratación o la vacuna contra el sarampión. De todos los objetivos fijados por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en sus objetivos para el milenio (Millenium Development Goal), el de reducir en dos tercios la mortalidad de los menores de cinco años para el 2015 es el más fácilmente realizable, según Jennifer Bryce, del Department of Child and Adolescent Health and Development de la OMS y coordinadora de esta serie en The Lancet. La creación de una autoridad global para salvar a los niños, el desarrollo de los sistemas sanitarios, la inversión de recursos y la concienciación pública son algunas de las acciones urgentes que hay que emprender. La gran paradoja del mundo desarrollado, que debería acabar con este infanticidio, es que está cada vez más infantilizado y es más sensiblero con la infancia, pero en la práctica ha demostrado ser de lo más insensible e inoperante ante el dolor de los niños concretos de carne y hueso.
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