Sobre nudos, agujeros y cabos sueltos en la red del sida
El pintor Frank C. Moore, creador en 1991 del lazo rojo que simboliza desde entonces la solidaridad con los enfermos del sida, no llegó vivo por apenas tres meses a la XIV Conferencia Internacional del Sida de Barcelona, celebrada del 7 al 12 de julio. Pero con estos lazos rojos se ha ido tejiendo poco a poco una gran red científica y social para luchar contra la enfermedad a escala global. En la Conferencia de Barcelona, los 14.441 estudios presentados no han deparado grandes avances científicos, y en el terreno del compromiso tampoco ha habido progresos significativos para detener una pandemia que avanza a 570 nuevos casos por hora. Sin embargo, con todas sus carencias y contradicciones, la enorme malla roja de la lucha contra el sida ha tenido en Barcelona una oportunidad de crecer y tupirse. Según como se mire, hay motivos para la esperanza, la desilusión o el escepticismo.
Aunque falta un mayor compromiso político, la caravana itinerante de ciencia y humanidad de quienes trabajan contra el VIH en cualquier frente ha dejado constancia de que la colaboración es creciente. La Iniciativa Internacional para la Vacuna contra el Sida (IAVI), a caballo entre una ONG y una organización científica, es un buen ejemplo de que ciencia y conciencia se dan la mano en el sida como en ninguna otra enfermedad. En las cumbres del sida, los líderes sociales tienen un protagonismo comparable al de los científicos. Los primeros hablan sosegado y sin papeles; los segundos, más apresurados y con el apoyo de muchas diapositivas. Pero hay otras diferencias entre unos y otros: Irene Fernández, la gran defensora de los derechos humanos de Malasia, se enfrenta a pena prisión por su activismo, y Zackie Achmat, otro gran defensor de los derechos humanos en Sudáfrica, ha pasado cinco veces por la cárcel. Y un detalle más: Achmat es seropositivo y se niega a tomar tratamiento hasta que no esté al alcance de todos los sudafricanos.
En la malla roja del sida hay además cabos sueltos. Aunque se ha avanzado mucho en sólo dos décadas, probablemente más que frente a cualquier otra nueva enfermedad, la ciencia tiene todavía grandes interrogantes. Los científicos sienten estupor al comprobar que el VIH no es bien conocido e impotencia por no poder eliminarlo de sus reservorios. También hay preguntas de otra índole. Una de ellas la repartían los activistas en forma de pegatinas en Barcelona o la pegaban en los puestos de los laboratorios: ¿Dónde están los 10.000 millones de dólares para el Fondo Global contra el sida? La mayoría de los ministros de salud que han participado en la conferencia de Barcelona han sido abucheados mientras los laboratorios farmacéuticos han sido en centro de las iras de los activistas. Unos y otros, políticos y laboratorios, tienen ahora que dilucidar una de las preguntas clave: ¿Cómo se pueden conciliar los beneficios de la investigación con el acceso a los tratamientos para millones de personas que todavía no los reciben?
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