Leer o no leer

Sobre la necesidad de entender la literatura biomédica

El sanctasantórum de la medicina, la caja fuerte del conocimiento sobre la salud y la enfermedad, se ha abierto definitivamente a todo el mundo. Por primera vez desde la invención de la medicina, el acceso masivo del público no especializado a la literatura médica es ya una posibilidad real. La presencia creciente de artículos científicos de libre acceso en internet es una realidad que permite a pacientes y médicos consultar las fuentes originales del conocimiento biomédico. Pero este hecho ha dejado descolocados tanto a unos como a otros. Algunos médicos creen que han perdido poder o no saben muy bien como relacionarse con los llamados pacientes informados. Por su parte, muchos enfermos pueden mirar con miedo, recelo o excesivo respeto una literatura médica cuajada de números, cálculos estadísticos y palabras técnicas. Sin duda esto es así, pues la investigación biomédica, que es el pilar maestro de toda la medicina, tiene un componente técnico y estadístico importante que precisa ciertos conocimientos básicos para ser comprendido. Ahora que la literatura biomédica está al alcance de todos, la cuestión que se les plantea a muchos es si deben o necesitan leer los artículos de investigación. La cuestión es pues, leer o no leer, aunque quizá antes hay que plantearse por dónde empezar.

La ruta más fácil y a la vez más transitada hacia las fuentes del conocimiento biomédico empieza con los artículos periodísticos de información y divulgación. Casi todos los medios de comunicación ofrecen contenidos de salud y medicina y, a juzgar por las encuestas, estos asuntos figuran entre los que más interés y aceptación suscitan entre el público. El material periodístico es muy diverso en calidad y rigor, pero en ningún caso debe ser confundido con  la investigación original. Mucha gente cree que todo lo que lee en la prensa o ve por televisión es verdad, cuando lo cierto es que abundan las tergiversaciones y contradicciones. Ni siquiera los artículos publicados en las mejores revistas científicas están libres de errores, y sus contradicciones y controversias son la sal y la pimienta de la investigación científica. En este contexto, uno de los primeros deberes de los informadores de salud –y aquí los médicos pueden también darse por aludidos– es ofrecer las claves y pistas necesarias para habérselas con las contradicciones y complejidades inherentes a la actividad científica, y ayudar de este modo a formar lectores y receptores críticos de la información biomédica.

Para el público general, la comprensión de la investigación biomédica es no sólo un atractivo reto intelectual, comparable a cualquier otro en los demás campos de la cultura, sino que es también la mejor garantía de poder desarrollar una opinión propia sobre algunos de los complejos desafíos que ya ha empezado a plantear la moderna medicina, y llegar a ser consumidores exigentes de ese peculiar producto de consumo en el que, para bien y para mal, se ha convertido la salud.


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