Sobre la ciencia del antienvejecimiento y el arte de envejecer
[divider_flat] Un grupo de científicos, en su mayoría de edad madura y del área de las ciencias de la vida, crearon hace media docena de años una especie de club de científicos longevos para estudiar lo que más parecía preocuparles: su propia longevidad (y de paso la de los demás). El interés que une a los científicos de The Longevity Consortium, pertenecientes a más de una treintena de instituciones y procedentes de muy diferentes disciplinas, no es otro que desentrañar los genes asociados a la longevidad, tanto en familias de centenarios como en animales, así como las claves biológicas de la larga vida. Su aproximación es tanto epidemiológica como genética, pero su objetivo es una aspiración que empieza a arraigar en una sociedad que cada vez cree más ciegamente en el poder de la biomedicina.
El estudio y la asistencia sanitaria de las enfermedades propias de la vejez, desde el Alzheimer al ictus, es una prioridad en las sociedades envejecidas, como lo son las de muchos países occidentales. Es lógico que así sea, porque cuando las pirámides poblacionales se adelgazan por la base y se engordan por la cúspide aparecen problemas y desafíos nuevos, tanto médicos como sociales. Lo paradójico es que en los países más envejecidos es donde la juventud es un valor más reconocido y perseguido (con cirugía estética incluida). Aunque en los países occidentales la juventud se está estirando ya hasta los 40, los 50 o incluso más, el envejecimiento de la población lleva emparejado un auge inédito de la geriatría y de la gerontología. Además de tratar las enfermedades habituales de la edad avanzada, lo que la sociedad pide es que se alarguen lo más posible la juventud y la duración de la vida. Pero lo cierto es que la gerontología es una ciencia que está en pañales. Se sabe que pasar hambre (el principal remedio contra la oxidación) puede ayudar a vivir más, pero el precio es quizá demasiado alto. Probablemente, superar el siglo de vida será cada vez menos raro, pero aunque la esperanza de vida siga creciendo se cree que el potencial genético de vida que no debe de ir mucho más allá de los 120 años. Sin embargo, nada se sabe a ciencia cierta. No sabemos hasta qué punto son importantes los genes y hasta qué punto lo son las condiciones de vida.
Lo que sí parece claro es que la longevidad no se hereda tanto como se creía. Tener algún antepasado centenario no garantiza una larga vida, pues incluso los gemelos univitelinos tienen una diferencia media de vida de unos 10 años. La longevidad, según un reciente artículo en The New York Times, que recogía numerosas opiniones de expertos y algunos de los últimos estudios científicos, quizá sólo se herede en un 3%, un porcentaje muy inferior al de la altura, que se hereda en un 70%. Huérfanos de evidencias científicas como estamos, nos queda el consuelo de que la medicina antienvejecimiento duplica sus conocimientos cada tres años, como dice la Sociedad Española de Medicina Antienvejecimiento y Longevidad. O bien aprender el arte de envejecer.
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