Llegan los primeros balances tras más de 20 años de fertilización in vitro

Sin menoscabo del 18 de agosto de 1960, el día que se empezó a comercializar la píldora anticonceptiva, una de las fechas clave de la historia de la reproducción humana es sin duda el 26 de julio de 1978, cuando nació en Londres la archifamosa Louise Brown, el primer “bebé probeta”. Desde entonces, han venido al mundo más de 200.000 niños utilizando técnicas de fecundación “in vitro” (FIV). Victoria Ana fue el primer bebé probeta que nació en España, en la Clínica Dexeus de Barcelona en 1984, y en estos 15 años se calcula que han nacido más de 10.000 niños en nuestro país gracias a la FIV. Son, pues, ya bastantes los seres humanos nacidos mediante esta técnica y suficiente el tiempo transcurrido como para empezar a hacer balance de sus pros y contras y evaluar científicamente el riesgo que representa la FIV para la salud de los bebés, que a menudo nacen prematuros y en partos múltiples.

Y esto es precisamente lo que se hace en un estudio retrospectivo de cohortes que se publica en la edición de mañana de The Lancetcon los 5.856 bebés nacidos por FIV en Suecia en el periodo 1982-1995 en comparación con el conjunto de nacimientos (un millón y medio) durante ese periodo. Los resultados de este estudio epidemiológico muestran que la proporción de partos múltiples entre los bebés nacidos mediante FIV es del 27% frente al 1% del grupo control. Asimismo, entre los niños nacidos por FIV hay una mayor incidencia de partos prematuros (30,3% frente al 6,3%) y de nacimientos de bajo peso (menos de 2.500 gramos). Aunque no es significativo también hay mayor mortalidad perinatal (1,9% frente al 1,1%) y una tasa de anormalidades del 5,4%. Pero como quiera que las mujeres que tienen hijos por FIV son generalmente de más edad y tienen por tanto mayor riesgo de complicaciones, los investigadores concluyen que “la alta frecuencia de partos múltiples y las características de la madre son los principales factores que explican estos problemas y no la técnica de FIV en sí misma”.

Pero lo que aportan las modernas técnicas de reproducción asistida entre las que destaca la FIV (consistente en la obtención de uno o varios óvulos, su fecundación en un tubo de ensayo y la posterior implantación del embrión en el útero de la madre) es ya incuestionable: son la solución idónea para que las parejas con problemas de fertilidad puedan tener hijos biológicos. El problema afecta a una de cada seis parejas, cuya infertilidad es atribuible en un 40% a factores femeninos, otro 40% a factores masculinos y el 20% restante a factores de los dos miembros de la pareja. Para los problemas de infertilidad del varón, además de la inseminación artificial, se puso a punto en 1993 la inyección intracitoplasmática, que consiste en el aislamiento en laboratorio de un único espermatozoide del padre para inyectarlo en un ovocito maduro e implantar posteriormente el embrión resultante en el útero materno.

Al margen de las cuestiones éticas y jurídicas que plantean estas técnicas (las madres de alquiler, la eliminación de embriones sobrantes o la selección y manipulación de embriones), los partos múltiples representan un problema de cierta envergadura. En el Reino Unido casi el 50% de los bebés nacidos por FIV no vinieron al mundo solos, mientras que en EE.UU. el 32% de los bebés nacidos por FIV fueron mellizos y el 7% trillizos. La técnica sin duda necesita perfeccionarse (su tasa de éxito no es superior al 30%) y limitar el número de embriones que se transfieren, como se discute en un editorial de The Lancet. Sobre todo porque la FIV empieza a ser bastante común: en países como Suecia uno de cada 63 bebés viene al mundo gracias a la FIV.


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