Sobre el estudio científico de la mentira y el engaño
En el reino animal abundan los mentirosos. Muchos animales emplean argucias para engañar a otros animales y obtener así alguna ventaja. Y conforme se asciende en la escala evolutiva las mentiras son más refinadas, como si el engaño fuera un producto de la selección natural. Los seres humanos mentimos con la lengua y con el rostro, por exageración o por omisión, de forma explícita o sutil, al disimular los sentimientos y al contar nuestra vida. Como decía Mark Twain, “todo el mundo miente… cada día, cada hora, en la vigilia o durmiendo, en los sueños, en las alegrías y en las lamentaciones. Si alguien se sujetase la lengua con las manos, sus pies, sus ojos, su cuerpo seguirán expresando engaño”. La mentira forma parte de las relaciones humanas, tanto en la amistad o en las relaciones afectivas como en la política o en el comercio. Hay estudios que indican que mentimos sin cesar y aparentemente sin necesidad, con conocidos y con desconocidos. Y además parece que los buenos mentirosos suelen tener más éxito económico y social. “La mentira nos facilita las interacciones sociales, la manipulación del prójimo y la amistad ajena”, reconoce David Livingstone Smith, director del Instituto de Nueva Inglaterra sobre Ciencias Cognitivas y Psicología Evolutiva. La mentira funciona, eso está claro, pero apenas conocemos sus bases neurofisiológicas.
Una de las claves biológicas de la mentira la ha aportado el estudio del cerebro de los mentirosos patológicos. Un trabajo publicado en The British Journal of Psychiatry de octubre de 2005 y realizado con personas que habitualmente mienten, estafan y manipulan a los demás ha mostrado que presentan diferencias estructurales en su corteza prefrontal. Los mentirosos patológicos tienen más sustancia blanca y menos sustancia gris que los controles en esta área del cerebro relacionada con el comportamiento moral y los remordimientos. Esta mayor cantidad de materia blanca implica más conexiones neuronales, lo que podría aportar a los mentirosos una ventaja para el engaño. “Cuanto mayor sea la red de conexiones establecida en la corteza prefrontal, más dotada está la persona para mentir. Sus destrezas verbales son superiores. Casi tiene una ventaja natural”, explica uno de los investigadores, Adrian Raine. El uso de las nuevas técnicas de imagen para observar el cerebro ha abierto ciertamente nuevas posibilidades para la comprensión de la mentira, e incluso para su detección. Pero uno de los escollos es que el engaño viene a menudo de la mano del autoengaño. Así las cosas, distinguir la verdad de la mentira se antoja en algunos casos una tarea casi imposible.
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