Ni frío ni calor

Sobre los picos de mortalidad en invierno y verano

Todavía no hay cifras definitivas sobre el exceso de mortalidad que ha causado en toda Europa la ola de calor de este verano, ni mucho menos han sido estudiados con precisión los factores implicados. Posiblemente haya numerosos estudios en curso, pero sus resultados no se conocerán hasta dentro de meses o años. Lo cierto es que el balsámico septiembre, el mes con menor mortalidad en nuestro entorno, ha borrado de la actualidad el impacto mediático de las primeras y alarmantes estimaciones de muertes ofrecidas por algunos países (en Francia, por ejemplo, se contabilizaron más de 10.000 muertos, en su mayoría ancianos, lo que obligó al presidente Jacques Chirac a dar la cara en televisión y reconocer fallos en el sistema sanitario). Los picos de mortalidad por los rigores térmicos, particularmente los del invierno, están bien documentados en las revistas médicas desde hace unos 150 años, pero en cambio apenas se han investigado otros potenciales factores, como la pobreza, el acondicionamiento de las viviendas, las desigualdades sociales y la eficiencia del sistema sanitario, entre otros. Un reciente artículo sobre el exceso de mortalidad invernal en Europa (“Excess winter mortality in Europe: a cross country analysis identifying key risk factors”), publicado en el Journal of Epidemiology and Community Health de octubre, ha venido a constatar que, efectivamente, en los meses fríos hay un exceso de mortalidad, pero de paso ha puesto sobre el tapete de la salud pública que las diferencias observadas entre los países del norte y del sur no se deben sólo al frío.

A primera vista, la sorpresa que nos trae este trabajo, realizado con datos de 14 países europeos de 1988 a 1997, es que los países más meridionales tienen una sobremortalidad invernal más acusada que los países escandinavos. Este exceso de mortalidad en los meses de diciembre a marzo respecto al resto del año es del 28% en Portugal y del 21% en España, en contraste con el 10% de Finlandia, el 11% de Holanda y Alemania, o el 12% de Dinamarca. Lo paradójico, según los autores del trabajo, es que mientras la temperatura media invernal es de 13,5 grados en Portugal y de 6,5 en España, en Finlandia es de 3,5 grados bajo cero. Un trabajo de estas características es quizá demasiado macroscópico y no entra en las variaciones térmicas regionales que se enmascaran en las medias ni considera la pirámide poblacional ni tantos otros potenciales factores. Pero el estudio sí muestra claramente que unas poblaciones son más vulnerables a los rigores térmicos que otras, y aunque no prueba ningún tipo de causalidad concluye que la clave está en los indicadores socioeconómicos del bienestar, y particularmente en el acondicionamiento de las viviendas. Queda mucho por investigar sobre la influencia de estos factores socioeconómicos, pero estudios como éste nos vienen a recordar que ni el frío ni el calor son iguales para todos, y que hasta los fenómenos naturales ponen al descubierto las desigualdades sociales.


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