Sobre la pertinencia e impertinencia del nombre del paciente y otros prejuicios
¿Hasta qué punto el nombre de pila puede ser revelador de la edad y la clase social de una persona? ¿Se producen en la práctica clínica discriminaciones por razón del nombre de un paciente? ¿Este único dato puede llegar a condicionar el diagnóstico? Todas estas cuestiones se antojan de entrada un tanto peregrinas y ajenas a los intereses de la investigación médica, pero tampoco extrañaría tanto que alguien se hubiera dedicado a estudiarlas y que incluso hubieran dado lugar a publicaciones en revistas de prestigio. Cosas más inverosímiles han ocurrido. Veamos.
Un artículo publicado hace unos meses en el British Medical Journal (BMJ) empezaba precisamente así: «La mayoría de los médicos cree que puede determinar la edad y clase social de un paciente simplemente oyendo su nombre, pero esto no ha sido probado». Tras reconocer que «los estereotipos abundan», los autores de este trabajo se preguntaban en la introducción: ¿Es cierto que las Camillas tienen más probabilidades de tener un seguro médico privado que las Paulines? ¿Las Tracey, Sandra y Sharon son realmente mujeres de vida alegre? El breve artículo del BMJ, titulado «¿Hay demasiadas Sharons en la clínica genitourinaria?» (también disponible en pdf.), se planteaba estudiar la validez de este estereotipo. Para ello se comparó la frecuencia de los nombres de mujer más habituales en una consulta genitourinaria con su frecuencia en el registro civil para el tramo de población estudiada (16 a 24 años). Y resultó que los nombres más comunes en la consulta eran también los más comunes en la población (Sarah encabezaba la lista en ambos casos), y que precisamente los «sospechosos» Sharon, Tracey y Sandra estaban la mitad de representados en la consulta de lo que cabría esperar con el censo de población en la mano. Para poner en su sitio el estereotipo que asocia nombres, conducta y clase social harían falta investigaciones más consistentes, pero este estudio «hilarante» (como alguien lo ha denominado) y/o desmitificador ya le arrea de entrada una bofetada. Pero hay más.
Ayer se presentó en Edimburgo, en el transcurso de la reunión anual del Royal College of Psychiatrists del Reino Unido, otro trabajo que muestra que los médicos podrían discriminar a los pacientes según sus nombres de pila. El estudio, realizado por el psiquiatra de Hampshire Luke Birmingham con 464 colegas, revela que al menos los psiquiatras británicos se dejan influir en el diagnóstico no sólo por el sexo del paciente sino también por lo atractivo que resulte el nombre. El meollo del estudio consistía en someter al juicio clínico de los psiquiatras cuatro historias (dos de hombres y dos de mujeres) con sintomatología psiquiátrica cuya única diferencia era el nombre de pila del sujeto. En este caso, los «atractivos» Matthew tenían más probabilidades de ser diagnosticados de esquizofrenia mientras que los «poco atractivos» Waynes eran diagnosticados con un trastorno de personalidad o por consumo de sustancias. En las mujeres no hubo diferencias con los nombres de Fiona o Tracey (por lo visto un nombre poco agraciado, pues era uno de los sospechosos en el estudio del BMJ).
¿Cuál sería el equivalente en España de Tracey? ¿Provocan distintas reacciones en los médicos las Cayetanas y las Vanesas? Los prejuicios sobre el nombre son, mientras no se demuestre lo contrario, eso: prejuicios, es decir, juicios precipitados, inoportunos y ofensivos (el caso de los Iker y Aitores es bien reciente). Pues el nombre es un enigma tan enigmático como la cita de Saramago en su novela «Todos los nombres»: «Conoces el nombre que te dieron, no conoces el nombre que tienes» (Libro de las evidencias).
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