Sobre la importancia de una visión global de la epidemia de tabaquismo
Si realmente uno de cada dos fumadores muere por fumar habitualmente, cuesta trabajo imaginar alguna epidemia más grave que la del tabaquismo. Es probablemente el primer problema sanitario mundial, y por eso también cuesta trabajo entender por qué está siendo tan difícil combatirlo. Ciertamente, hay muchos intereses económicos y se trata de una de las adicciones más fuertes. Pero no deja de sorprender que toda la información disponible, toda la contundencia de las cifras de mortalidad y todo el peso de las pruebas médicas sean insuficientes para evitar que en España, sin ir más lejos, fume casi una de cada tres chicas de 16 a 24 años (29%) y uno de cada cuatro chicos (25%) de la misma edad, según la Encuesta Nacional de Salud de 2006. El problema es, por supuesto, mucho más grave en los países en vías de desarrollo. Pero algo debe de fallar para que esta epidemia siga un guión que parece inmutable.
El tabaco ha hecho correr ríos de tinta y ha generado infinidad de investigaciones (en PubMed, el término smoking tiene más de 150.000 entradas y tobacco, más de 63.000). En la divulgación de los efectos nocivos del tabaco no han faltado ni datos contundentes ni imágenes sobrecogedoras, pero la política del miedo no basta. El problema del tabaquismo es lo suficientemente complejo como para resumirlo en una fraseo en una imagen, como las autoridades sanitarias han hecho en las cajetillas de los cigarrillos. Decir que el tabaco mata es un buen resumen de la epidemia, pero es sin duda demasiado simplista y oculta un dato esencial para entenderla: el tabaco mata, sí, pero lo hace con un efecto diferido de tres o cuatro décadas. Sólo las acciones combinadas en diversos frentes (limitaciones de la publicidad, aumento del precio del tabaco, habilitación de espacios sin humo, etcétera) acaban mostrándose eficaces, pero sólo cuando la sociedad parece estar madura para asumirlas. Todo parece indicar que la epidemia de tabaquismo tiene una historia natural que marca el curso de los acontecimientos.
En 1994, Alan D. Lopez, entonces epidemiólogo jefe del Programa para el Control del Tabaquismo de la OMS, publicó en Tobacco Control un modelo del curso de la epidemia en cuatro fases. En la fase I, el tabaquismo es poco habitual y prácticamente sólo fuman los hombres de clases más altas; en la II, se difunde el hábito, se inician las mujeres y la mortalidad por tabaquismo ya es apreciable; en la III, baja la prevalencia en los hombres mientras crece la mortalidad y las mujeres empiezan a dejar de fumar, y en la IV, desciende el tabaquismo en ambos sexos, se reduce la mortalidad en los hombres y sigue aumentando en las mujeres. Esta historia natural propuesta por Lopez abarca 100 años. España parece que entra ahora en la fase IV, cuando en algunos países el tabaquismo está en vías de extinción y otros están todavía en la fase II. El modelo de Lopez puede variar con los países, pero ilustra perfectamente que para abordar los problemas sanitarios hacen falta visiones panorámicas.
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