Sobre las condiciones de la vivienda como factor de salud
La salud se pierde o se gana en buena medida en la propia casa. No en balde entre las cuatro paredes del hogar transcurren muchas de las 24 horas del día para la gran mayoría de la gente. Comer, dormir, estudiar, ver la televisión, descansar, discutir o lavarse los dientes son asuntos esencialmente domésticos, como también lo son el amor y la risa, la violencia doméstica y las neuras, y muchas otras cosas buenas y malas de la vida. El bienestar o malestar de la gente se cocina de puertas para adentro, y tiene mucho que ver con las condiciones del hogar. Como han comprobado los epidemiólogos, la precariedad de la vivienda se relaciona con problemas respiratorios, dolencias cardiovasculares, enfermedades infecciosas, trastornos mentales y un sinfín de problemas de salud. Son muchos los aspectos que han sido investigados en relación con la enfermedad, desde el ruido a la humedad, pasando por las instalaciones o el hacinamiento, pero casi siempre de forma aislada. La acumulación de varias condiciones negativas, sobre todo en las poblaciones más susceptibles, como son los ancianos o los más pobres, es sin duda una bomba de relojería para la salud de sus ocupantes. Como quiera que estos riesgos pueden medirse y compararse, resulta que las carencias de la vivienda representan un riesgo “de la misma magnitud que el tabaquismo y, como promedio, mayor que el derivado de un consumo excesivo de alcohol”, según un informe sobre “Vivienda y salud” elaborado por la British Medical Association (BMA) dado a conocer el pasado 7 de mayo. Sin entrar en los alambicados cálculos que pueden haber llevado a la BMA a hacer esta comparación, muy gordo debe ser el problema para equipararlo con un riesgo tan nocivo y comprobado como el tabaquismo.
Aunque el reconocimiento del impacto negativo de una vivienda en la salud se remonta al menos a los estudios de Edwin Chadwick, en 1846, en los últimos años la emergente epidemiología social está revelando que las relaciones de influencia van mucho más allá de la higiene y salubridad. Tienen que ver, por supuesto, con los gérmenes, pero también con el aislamiento y el estrés generado por las condiciones de vida. “Estamos preocupados por los niños que crecen en viviendas hacinadas” (más susceptibles de tener retrasos en el crecimiento, accidentes domésticos y otros problemas), dice el informe de la BMA, así como por “los viejos que viven por su cuenta en antiguas, húmedas y frías viviendas”, pero también “por la espiral de niveles de estrés que sufre la gente para hacer frente a las hipotecas”. Ocurre además que las peores viviendas suelen estar en barrios peor equipados, que se levantan como un muro para la promoción de la salud de sus habitantes. Sin duda se ha avanzado, especialmente en algunas ciudades, pero hoy como hace un siglo y medio la vivienda digna, tanto de puertas para adentro como para afuera, sigue siendo uno de los requisitos básicos para la salud y una asignatura pendiente para los gobiernos.
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