Por nesciencia

Sobre la ignorancia en salud como factor de riesgo

Si hubiera que designar el enemigo número uno de la salud, ¿con cuál se quedarían? Tantas veces se ha aludido al tabaquismo o a los accidentes de tráfico o incluso a riesgos menos comprobados, como la hipercolesterolemia o el sedentarismo, que para elegir un riesgo entre los riesgos tendríamos que repasar una larga lista de candidatos, y así empezarían a desfilar ante nosotros muchos pequeños o grandes diablos, desde el estrés a la mala alimentación. Pronto caeríamos en la cuenta de que los genes son responsables de muchos de nuestros males, pero que las conductas de riesgo no son menos responsables. Para superar esta ambivalencia quizá podríamos reparar en algunos poderosos determinantes universales de la salud, como son la pobreza o el lugar del mundo donde se vive. Habrá quien piense en la edad avanzada o en el hecho de ser hombre o mujer, condiciones las tres sobradamente relacionadas con diferentes amenazas para la salud. Todos los riesgos mencionados y algunos otros tienen méritos sobrados para figurar en la lista negra de enemigos de la salud, pero más allá de la dotación genética, de si se es hombre o mujer, rico o pobre, aparece una condición de peso, quizá no decisivo, pero sin duda una de las más insidiosas: la ignorancia.

Las consecuencias del analfabetismo en materia de salud se vienen estudiando desde hace años, principalmente en EE UU. Continuamente se publican estudios y encuestas que reflejan la magnitud de esta ignorancia. Un reciente sondeo del National Institute of Allergy and Infectious Diseases (NIAID) mostró que la mitad de los estadounidenses cree erróneamente que ya existe una vacuna preventiva contra el sida. Esta es sólo una muestra de la gran cantidad de malentendidos y creencias erróneas que hay en materia de salud. Para hacerse una idea del peso de la nesciencia, basta pensar en todos los que no saben comer y siguen dietas estrafalarias, los que desconocen el peso absoluto y relativo de los principales riesgos para la salud y cómo combatirlos, los que no alcanzan a discernir lo que puede haber de charlatanería en el saco de las medicinas alternativas, o en los que sencillamente no comprenden la información de salud. Los estadounidenses pasan a menudo por tontos, pero esto se debe en parte a que en EE UU es donde mejor se ha estudiado el alcance del analfabetismo de salud, incluso en términos económicos. Allí se estima que el coste sanitario de las personas con menor educación sanitaria es un 50% superior al debido. Las hospitalizaciones innecesarias, los retrasos en el tratamiento, los problemas con las prescripciones son algunos de los agujeros negros del sistema sanitario. Simplemente mejorando la cultura sanitaria de la población, se podrían ahorrar en EE UU entre 50.000 y 73.000 millones de dólares anuales. ¿Cuál no será entonces el coste en términos de salud de tanta nesciencia? ¿Quién puede sostener que la falta de educación sanitaria no es un factor de riesgo importante y que reclama una intervención urgente?


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