Sobre los caminos del conocimiento y el prestigio de la duda

En su colección de aforismos Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta?, el director de CosmoCaixa de Barcelona, Jorge Wagensberg, deja entrever ya en el título del libro que la ciencia se hace a base de preguntas. El conocimiento del mundo se puede alcanzar con dos estrategias bien distintas: asumiendo que lo dado son las preguntas y que lo que toca es encontrar las respuestas, o bien dando por sentado que el mundo es la respuesta y que lo que le corresponde al hombre es formular las preguntas que conducen al entendimiento de las cosas. Según Wagensberg, por el primer camino se acaba llegando al conocimiento revelado y a las creencias.  “La historia de las creencias es la historia de las buenas respuestas. Se avanza cuando cambia la respuesta. La pregunta es pura rutina”, sentencia. Por el contrario, “la historia de la ciencia es la historia de las buenas preguntas. Se avanza cuando cambia la pregunta. La respuesta es casi rutina. Un paradigma es una tregua entre dos buenas preguntas”. El arte, como tercera vía de conocimiento, estaría en este contexto más cerca de la revelación que de la ciencia, pero según se mire puede ser una cuestión de respuestas o de preguntas. Así, por ejemplo, el cineasta Alejandro Amenábar afirma: “Mi cine no es un cine de respuestas sino de preguntas”. Desde el planteamiento de Wagensberg, lo que parece claro es que el prestigio de la pregunta se corresponde con el prestigio social de la ciencia como forma de conocimiento racional, mientras que el relativo desprestigio de la respuesta obedecería a un cierto desprestigio del conocimiento revelado, irracional o, en todo caso, no científico.

Sin embargo, no todo el mundo ve así las cosas. En un debate del III Congreso sobre comunicación social de la ciencia, celebrado en noviembre de 2005 en La Coruña, el filósofo Fernando Savater mostraba una visión casi opuesta: “El arte y la filosofía tratan de preguntas mientras que la ciencia lo hace de respuestas. La mayoría de las preguntas son instrumentales. Por ejemplo, ¿qué hora es? Las respuestas científicas te hacen la vida más cómoda, más fácil, o ayudan a nuestros deseos. Pero hacen que olvidemos la pregunta, la cancelan”. Y añade: “Una buena respuesta a una pregunta filosófica te interesa más en la pregunta, mientras que una buena respuesta científica hace que te desintereses. La filosofía sólo ayuda a convivir con las preguntas, no a responderlas. La ciencia sirve para cosas útiles”. Lo más llamativo de estas posturas discordantes no es tanto que cada cual trate de arrimar el ascua a su sardina, sino que el ascua es siempre la pregunta. Lo que importa, lo que nos mueve, es la duda, la pregunta, quizá porque más que Homo sapiens –el que sabe, el que tiene respuestas– somos Homo quaerens, un animal que pregunta y no deja de preguntar, como señala George Steiner en Gramáticas de la creación. Al médico, sin embargo, por más dudas que tenga, lo que se le exigen son respuestas, soluciones inmediatas, aunque sean provisionales.


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