Sobre la robotización de la cirugía y la presencia de la mano humana
[divider_flat] El mejor cirujano es ya un robot. La afirmación empieza a repetirse de forma sospechosa con cada nuevo robot o un brazo robotizado que desarrolla con éxito una compleja tarea quirúrgica. La introducción en el teatro de operaciones de brazos robóticos que manejan el instrumental quirúrgico ha añadido precisión a la vez que ha reducido el margen de error propio de la fatigada y nerviosa mano del cirujano. ¿Puede acaso rivalizar la mano con los precisos cortes del láser en la cirugía ocular? ¿O competir en destreza en las pequeñas angosturas del cuerpo? La mano humana necesita para desenvolverse un campo quirúrgico a su medida y sólo puede atreverse con las incisiones y suturas microscópicas gracias al auxilio de lupas de aumento, mientras que los límites de la mano robotizada vienen dados por sus grados de libertad espacial, el nivel de precisión de sus componentes y su margen de tolerancia. La cirugía mínimamente invasiva y endoscópica está reemplazando progresivamente a la cirugía abierta de grandes incisiones con el fin de reducir la herida y mejorar la recuperación, pero al fin y al cabo son las manos del cirujano las que manejan el instrumental quirúrgico. Lo novedoso de la cirugía robotizada es que son las manos robóticas las que realizan la operación, con mayor o menor autonomía, según el tipo de robot: en unos casos obedeciendo las instrucciones de un programa informático y en otros siendo dirigidas a una cierta distancia por el cirujano que realiza la operación en una consola.
Bautizados con nombres hiperbólicos como Zeus, el líder de los dioses del Olimpo y dios del cielo y el trueno, o Da Vinci, que evoca al creador renacentista por excelencia, los primeros brazos robóticos que ya están presentes en los quirófanos de medio mundo plantean abiertamente las ventajas e inconvenientes de la cirugía robotizada, sus límites y la cuestión de la autonomía del cirujano. Tenemos, por un lado, la mano de los robots, infatigable y tremendamente precisa, y por el otro la sudorosa, temblorosa y cansada mano del cirujano. La una es fría, rígida e insensible; la otra, cálida, adaptable y compasiva. Pero lo que las distingue, por encima de todo, es el sentido de la responsabilidad. La primera de las tres leyes de la robótica, enunciadas por Isaac Asimov, en la década de 1940 decía que ¿un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño¿. Un cierto nivel de iatrogenia quirúrgica es inevitable, ya sea el cirujano o el robot quien manipule el bisturí. Lo importante es que los robots estén siempre bajo el control del cirujano y no sean más lesivos que la mano humana. Como advierte el cirujano y humanista Cristóbal Pera, «la mano del cirujano es el instrumento de una acción intelectual que se va desarrollando con una voluntad de curación y alivio», mientras que la mano robotizada, como extensión de la mano del cirujano, «sólo será éticamente admisible si su acción, conducida por el cirujano, se desarrolla con la misma voluntad».
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