Sanos enfermos

Sobre las falsas enfermedades y la escurridiza idea de salud

En su “Panorama mundial” publicado en Jano el 20 de noviembre de 1992, J. A. Valtueña escribía desde Ginebra una atinada crónica sobre el concepto de enfermo sano. Este término, decía el corresponsal de Jano en la OMS y Suiza, se empieza a aplicar cada vez más a aquellas personas que tras presentar una enfermedad grave o en el curso de ella buscan una nueva forma de vivir que se acerque al máximo a la salud, o al menos a algo que se le parezca. Entre estos enfermos sanos cabe considerar a los que han superado un infarto de miocardio, los enfermos de cáncer, los reumáticos, los diabéticos y tantos otros pacientes crónicos, y en general a todas aquellas personas que a despecho de su enfermedad o minusvalía se esfuerzan por llevar una vida individual y socialmente productiva y estimulante. Valtueña ponía como ejemplo ilustre de enfermo sano al que fue ministro de Exteriores socialista Francisco Fernández Ordóñez, pero cualquiera conoce casos semejantes de convivencia con la enfermedad y de adaptación a las propias carencias de salud. ¿Qué es estar sano? ¿Quién lo está de verdad? La definición de salud es tan compleja y resbaladiza que lo mismo podemos considerar sanos a algunos pacientes crónicos que enfermos a quienes quizá no merecen ser etiquetados como tales.

El concepto de sano enfermo es si cabe más pertinente en estos tiempos en los que las nuevas etiquetas de enfermedad no paran de crecer. La lista de enfermedades es ya tan larga y son tantas las falsas enfermedades que tocamos a un buen número de dolencias per cápita, ya sean reales o figuradas. Lo cierto es que cualquiera puede ser catalogado o considerarse a sí mismo como enfermo, aunque sea un sano enfermo. Lo paradójico de la situación, como se ponía de relieve en un reciente número especial del British Medical Journal sobre “non-diseases”, es que cuanto mayor es la percepción de morbilidad de una sociedad, mayor es su longevidad, y cuantos más enfermos catalogados hay, más sana está una población. En las sociedades desarrolladas hay cada vez más enfermedades y más enfermos, aunque objetivamente el nivel de salud es mejor, pues la mortalidad precoz disminuye, la longevidad aumenta y el estado funcional a edades avanzadas mejora.

La fobia social, la obesidad, la calvicie, la soledad, la impotencia sexual o la celulitis son algunos de los problemas que algunos consideran auténticas dolencias y para otros son sólo falsas enfermedades. Más allá del interés de algunos médicos y de la industria farmacéutica por extender los límites de la enfermedad, la consideración de enfermos tiene tanto aspectos positivos como negativos. Pero son ya tantas las etiquetas de enfermedad que los sanos y enfermos a secas son especímenes en vías de extinción o, si se quiere, entes de razón sin fundamento en la realidad estadística. Ahora lo que nos encontramos en las sociedades postmodernas son enfermos sanos y sanos enfermos. Qué le vamos a hacer, las cosas se complican.


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