Sobre la utilización interesada del impacto emocional de la información
[divider_flat] El sensacionalismo no es exclusivo de la llamada prensa amarilla y de los medios de comunicación más populares, sino que, salvando las distancias, se infiltra como la carcoma hasta en los diarios más serios. Tampoco se trata de un fenómeno limitado a un tipo de temas, como los crímenes sangrientos o la vida sexual de los famosos, sino que puede rastrearse hasta en los asuntos más graves y circunspectos. El amarillismo es, más bien, una manera de comunicar, una metodología informativa que se sitúa más próxima a las técnicas de venta que al método científico. A pesar de ello, o precisamente por ello, está también muy presente en la información médica.
Podemos hablar de sensacionalismo en la comunicación médica cuando se hacen afirmaciones estrambóticas o interpretaciones extravagantes de los hallazgos de la investigación. Pero también cuando se hacen extrapolaciones injustificadas, cuando se exageran los beneficios o se minimizan los riesgos, cuando se manipulan los datos, cuando se da el gato de la anécdota (un puñado de casos) como si fuera la liebre de la categoría (los hallazgos de un amplio ensayo clínico). La comunicación y el periodismo médico propenden a la exageración, y por ello precisamente es necesario extremar el rigor y la prudencia, para evitar así que el saludable infoescepticismo se transforme en desensibilización, cinismo o algo peor.
Los ciudadanos desinformados son más proclives a perder autonomía y tomar decisiones equivocadas, ya sea sobre su seguridad o sobre su dieta o cualquier otro asunto relacionado con su salud
El problema del amarillismo no es otro que la desinformación que produce y el consiguiente debilitamiento de la democracia. Las personas que consumen más televisión en la que abundan las noticias espeluznantes sobre crímenes tienden a creer que en su entorno hay más violencia de la que realmente existe, y esto condiciona sus opiniones y sus decisiones sobre dónde vivir, cómo criar a sus hijos, cómo tratar a los delincuentes, etcétera. En general, los ciudadanos desinformados son más proclives a perder autonomía y tomar decisiones equivocadas, ya sea sobre su seguridad o sobre su dieta o cualquier otro asunto relacionado con su salud.
¿Por qué el comedido, ponderado y aburrido lenguaje de la investigación biomédica se trasmuta tan a menudo en mensajes extravagantes, irresponsables y sensacionalistas? Una posible explicación es el choque de dos culturas muy diferentes, la científica y la periodística, y su irremediable incomunicación, pero algunos autores, como los doctores David F. Ransohoff y Richard M. Ransohoff, hilan más fino y sostienen (Effective Clinical Practice, julio/agosto 2001) que el sensacionalismo produce un beneficio mutuo: los periodistas consiguen audiencia y los investigadores publicidad. Por ello, afirman que ambas profesiones son cómplices de la deriva sensacionalista.
La razón de ser del amarillismo como variante de la comunicación es sumar lectores y atraer audiencia, apelando a las emociones más primarias. Fue un invento del siglo XIX, pero en los últimos años la búsqueda desenfrenada de la visibilidad ha resultado ser un buen caldo de cultivo para el sensacionalismo. Y el cóctel de la visibilidad, ya se sabe, se hace con una buena dosis de desmesura y unas gotitas de sexo, de crimen o de cualquier otra variante del morbo. El sensacionalismo, como queda apuntado, no es un pasatiempo inofensivo, sino una pócima que confunde y puede alterar el juicio.
Foto: 3EyePanda / Flickr
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