Sinapsis

Sobre los modelos y vías de estudio de la conciencia y el yo

Hace ahora 10 años el premio Nobel Francis Crack dio una especie de pistoletazo de salida para el estudio científico de la conciencia. No es que fuera el primero en plantear el misterio de la conciencia como desafío científico, ni siquiera una autoridad en la materia, pero su enorme prestigio sí parecía autorizarle a decir que había llegado “el momento de pensar científicamente sobre la consciencia (y su relación, si la tiene, con la hipotética alma inmortal)”. En su libro de 1994 “The Astonishing Hypothesis” (traducido al español como “La búsqueda científica del alma”), se proponía esbozar la naturaleza de la consciencia y proponer algunas sugerencias aproximativas para estudiarla experimentalmente. Aunque no había ni hay una definición científica de la conciencia o consciencia, Crack opinaba que una batalla no se gana discutiendo qué quiere decir la palabra “batalla”, sino con buenas tropas, buenas armas y buena estrategia. En estos años, se han librado infinidad de combates científicos para intentar esclarecer qué es lo que ocurre en el cerebro cuando generamos una imagen mental, pero seguimos sin tener una teoría sólida de la conciencia. Algunos creen que es prematuro; otros, imposible resolver esa especie de transubstanciación entre lo material y lo inmaterial que tanto fascina a científicos, filósofos y profanos.

Lo cierto es que en la última década ha crecido notablemente el fondo bibliográfico sobre la mente y el cerebro, y que muchos de los principales neurocientíficos (Antonio Damasio, Joseph LeDoux, Steven Pinker y Semir Zeki, entre otros) han publicados libros para el gran público con el propósito de aclarar y aclararse sus ideas. Frente al brillo deslumbrante del misterio de la conciencia están los no menos apasionante de las emociones, del lenguaje, de la creación o, simple y llanamente, del yo. Así, LeDoux sostiene que el problema de la conciencia se ha sobreestimado, y que aunque de la noche a la mañana se descubriera como se genera en el cerebro, seguirían sin respuesta muchas preguntas sobre esa trilogía mental que es la cognición, la emoción y la motivación. Para él, la gran pregunta es cómo el cerebro nos convierte en lo que somos y se construye nuestra personalidad, ese complejo conglomerado que llamamos yo y que abarca todo lo que somos en términos físicos, biológicos, psicológicos, sociales y culturales. La cuestión, esbozada ya en el siglo XIX por William James, la aborda LeDoux en su libro “Synaptic self” (2002) con el convencimiento de que el yo ha de entenderse en términos sinápticos. La tesis es sin duda sugerente, ya que el modelo sináptico resuelve la dicotomía entre naturaleza y cultura, entre genes y ambiente, pues a la postre todo se traduce en sinapsis y somos nuestras sinapsis. Sin embargo, el desafío es mayúsculo: estamos hablando de algo así como 10.000 millones de neuronas y un número incalculable de sinapsis y mensajes, y francamente resulta difícil hacerse siquiera una imagen mental de este enredo sináptico.


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