Sobre los errores en la predicción del tiempo disponible
Si el pronóstico del tiempo (climatológico) es un albur de isobaras imposible de anticipar con precisión más allá de unos cuantos días, en la predicción del tiempo personal disponible en un futuro siempre luce el sol. La experiencia nos muestra que a menudo somos proclives a aceptar sin mayores reparos encargos de trabajo, invitaciones a actos y otras actividades a largo plazo, pero cuando se aproxima la fecha del compromiso comprobamos con una mezcla de disgusto e incredulidad que el tiempo del que creíamos disponer no es tan largo o que, sencillamente, no existe. Este falso síndrome de la agenda saturada no es por supuesto exclusivo de los ejecutivos; posiblemente todo el mundo haya experimentado esta sensación de vivir un presente menguado, y hasta pudiera ser un signo de la época. La errónea percepción de la disponibilidad futura de ese recurso llamado tiempo es incluso más acusada que con los recursos económicos, como sugiere un estudio publicado en el número de febrero de la revista Journal of Experimental Psychology: General, de la American Psychological Association. En una serie de siete experimentos para estudiar el fenómeno del aplazamiento y la percepción de recursos disponibles, los investigadores pudieron comprobar cómo la tendencia a posponer una actividad y realizar una inversión económica tenía que ver con la propia percepción de tiempo o dinero en el futuro. Los participantes en este estudio creían que dentro de un mes tendrían más tiempo y dinero que ahora, pero se equivocaban sobre todo con el tiempo, según explican Gal Zauberman y John Lynch, autores del trabajo.
Si hay algún común denominador del optimismo humano, ése bien podría ser la disponibilidad de tiempo. Cuando hoy nos faltan horas para hacer algo que deberíamos o desearíamos hacer, tendemos a creer que mañana, en un futuro más o menos lejano, no habrá problemas de tiempo y que dispondremos del necesario. Pero a menudo el día de mañana se parece bastante al día de hoy, y el tiempo que nos falta hoy probablemente también nos faltará mañana. ¿Por qué, entonces, pensamos que dentro de tres semanas o de dos meses tendremos tiempo para hacer algo a lo que hoy no nos comprometeríamos? ¿Por qué nos equivocamos una y otra vez en nuestras predicciones? ¿Por qué el “feedback” de la experiencia no parece funcionar? No hay respuestas claras, pero todos sabemos lo engañoso que es el tiempo, lo diferentes que pueden ser dos horas de sesenta minutos, lo que puede llegar a caber en unos segundos intensos y, en fin, cómo mengua la percepción de la duración de un año con los años. Los autores de este estudio especulan que los sucesos cotidianos, aun siendo parecidos, son siempre diferentes y varían con los días, y aunque al final todas las actividades diarias suman 24 horas, el tiempo se gasta de forma menos matemática que el dinero. El tiempo, ya lo sabemos, vuela, y si volvemos a actuar y equivocarnos pensando que mañana tendremos más tiempo que hoy, no será porque no nos hayan avisado.
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