Sobre la superabundancia y ambigüedad de la literatura médica del estrés
La literatura médica sobre el estrés es ciertamente estresante en su superabundancia, dispersión y ambigüedad. Un día sí y otro también aparece algún trabajo que menciona el estrés y no pocos, por su espectacularidad, acaban saltando a las páginas de los periódicos o los programas de televisión, trasladando esa misma ambigüedad, sorpresa e indefinición a la población general. En los últimos días, por ejemplo, se ha difundido un trabajo publicado en el British Medical Journal del 28 de agosto, según el cual las mujeres que sufren estrés durante o alrededor del momento de la concepción tienen más probabilidades de tener una niña que un niño. La nota jocosa la ha puesto algún medio que ha escrito estrés durante el embarazo en vez de durante la concepción. Pero hay otras muchas noticias recientes y sin duda interesantes sobre el estrés, como el descubrimiento de una proteína cerebral que podría explicar en parte la capacidad personal para enfrentarse a las situaciones estresantes, de acuerdo con una investigación publicada en el número del 31 de agosto de los Proceedings of the National Academy of Sciences.
MedLine, el término estrés tiene cada mes unas 1.000 referencias, una cifra muy superior a la de la mayoría de las enfermedades y sólo superada por las más polimorfas y habituales. Los resultados de todos estos trabajos son, sin embargo, poco concluyentes. Por más que el estrés sea presentado como una bestia negra para la salud y que el sentido común y muchos estudios apoyen esta idea, la conexión directa entre estrés y enfermedad no acaba de ser probada. Esto se debe, de entrada, a que no existe una definición operativa y universal. A los ojos de todo el mundo el estrés se dibuja con rasgos comunes pero tan difusos como los de sobrecarga, demandas desmesuradas, sensación de desbordamiento, situación límite, exigencias superiores a las normales, falta de tiempo, urgencia en la toma de decisiones y otros por el estilo. El psiquiatra Juan José López-Ibor habla de él como de la dificultad de adaptarse a una nueva situación, si bien esta situación no tiene por qué ser necesariamente negativa. Y, de hecho, se podría hablar, como del colesterol, de un estrés bueno y otro malo.
Para precisar el problema, algunos autores han elaborado listas de situaciones estresantes, como la que del psicólogo Francisco J. Labrador, en la que figuran en los 10 primeros lugares los siguientes sucesos: muerte del cónyuge, encarcelamiento, divorcio, problema legal grave, violación y experiencias sexuales traumáticas, problemas con el alcohol o las drogas, separación, muerte de un familiar cercano, lesión o enfermedad personal grave y despido laboral. Aunque la valoración subjetiva es quizá lo más importante, cualquiera de estas experiencias puede servir para adentrarnos de lleno en el cogollo del estrés. Pero de aquí a una supuesta relación entre estas situaciones y la enfermedad, llámese depresión, cáncer o úlcera péptica, hay un largo trecho.
El estrés, como dice el Diccionario de la Lengua Española, puede poner al organismo o a algún órgano «en riesgo próximo de enfermar». Y si no que se lo digan a las gallinas ponedoras o a los pollos de engorde rápido, degradados a meras máquinas de poner huevos o fabricar carne. Hoy publica La Vanguardia un artículo del filósofo Jesús Mosterín sobre las condiciones de vida de estos animales que pone la carne de gallina.
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