Sobre la importancia de la palabra para canalizar la rabia y la frustración[divider_flat]
La ira es una respuesta orgánica que nos viene de fábrica. Como el miedo o el asco, es una de las emociones básicas, codificada en nuestro genoma y compartida por todas las personas con independencia de su cultura. No hace falta enseñarla y aprenderla porque es innata. Al poco de nacer, todos bebés ya dan muestras ostensibles de su rabia y, en pocos meses, consiguen desarrollar una expresión realmente depurada de esta emoción universal: el berrinche o rabieta.
La función de la ira, y de cualquier otra emoción, es adaptativa. Pretende mejorar el bienestar y, en última instancia, aumentar la supervivencia. Así, con el berrinche, el niño comunica su rabia para tratar de influir en la conducta de sus padres. La tarea de los padres sería la de socializar estas emociones, enseñando al niño a autocontrolarse y a comunicar su enfado con palabras, convencidos de que así van a conseguir más cosas o en todo caso aliviar su frustración.
La capacidad de las palabras de reducir la frustración de los niños pequeños ha sido confirmada recientemente en una investigación (Longitudinal Relations Among Language Skills, Anger Expression, and Regulatory Strategies in Early Childhood) publicada el 20 de diciembre en la edición digital de la revista Child Development. Efectivamente, en un experimento longitudinal realizado con 120 niños de 18 a 48 meses se ha comprobado que quienes aprenden más rápidamente a hablar y desarrollan mejores capacidades lingüísticas son capaces de controlar mejor su ira ante una situación capaz de generar frustración.
El experimento consistió en ofrecer a los niños un regalo indicándoles que no lo podían abrir hasta que su madre acabara una determinada tarea. Aunque los niños no lo sabían, la espera estaba prefijada de antemano en ocho minutos, un tiempo suficiente para poner a prueba sus habilidades para controlar la frustración. Los investigadores constataron que los niños de cuatro años que habían desarrollado mejores capacidades lingüísticas eran menos proclives a expresar su ira y se mostraban más capaces de entretener la espera con preguntas a la madre (¿cuánto crees que te queda para acabar?, ¿qué será esto?) y otros recursos.
La ira, que surge de la frustración, de la agresión o de cualquier amenaza, engendra violencia. Y por eso esta emoción, más que ninguna otra, está sometida a un fuerte control social para que se canalice por los cauces pacíficos de la palabra sin desbordarlos. A los niños se les enseña desde pequeños a canalizar su ira y resolver los conflictos verbalizando los problemas, es decir, a negociar.
Con todo, las investigaciones sobre la psicología de la negociación han mostrado que las manifestaciones de ira representan una ventaja. Mostrarse enfadado puede ser, en este sentido, una estrategia negociadora. Sin embargo, en los países orientales las cosas son bien distintas, como ha puesto de manifiesto un estudio (Cultural Variance in the Interpersonal Effects of Anger in Negotiations) publicado en Psychological Science. Expresar enojo en una negociación con los orientales es una estrategia equivocada. Y es que, aunque la ira sea una emoción universal, las respuestas a las expresiones de enfado tienen claramente ingredientes culturales.
Foto: Marimba Marionetas / Flickr
[box type=»info»]Entrada publicada el 31.12.2012 en Molienda de ciencia @ Molino de Ideas[/box]
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