Vuelve la talidomida

Sobre los nuevos usos terapéuticos de uno de los fármacos más teratogénicos

La talidomida no está todavía incluida como principio activo en el vademécum español, pero probablemente no tardará mucho. Tras su retirada del mercado mundial en los años sesenta a causa de la lamentable demostración de su capacidad teratogénica y su merecida inclusión en la galería de horrores de la medicina, este fármaco ha recibido una cierta rehabilitación médica al demostrar que es un recurso terapéutico eficaz y que puede ser tenido en cuenta en algunas enfermedades contra las que no existen tratamientos más eficaces. En julio de 1998 fue autorizada su comercialización en Estados Unidos por la FDA como tratamiento sintomático de la lepra. Y no es ésta la única puerta abierta a la rehabilitación de este fármaco.

El último respaldo científico a la talidomida apareció ayer publicado en el New England Journal of Medicine (NEJM). En un estudio realizado con 84 pacientes por oncólogos de la Universidad de Arizona, en Estados Unidos, se pone de manifiesto que la talidomida resulta eficaz en casos avanzados de mieloma, por lo que podría convertirse en un tratamiento a tener en cuenta contra este tumor tan difícil de tratar. Pero hay otros frentes de investigación abiertos. Aparte de la lepra y el mieloma, la talidomida se presenta como una posible opción terapéutica para tratar síntomas asociados con el sida, y quizá también con la enfermedad de Behchet, el lupus, el síndrome de Sjogren, la artritis reumatpoide, la enfermedad inflamatoria de la vesícula, la degeneración macular y algunos tipos de cáncer.

Pero no hay que echar las campanas al vuelo. La historia trájica de la talidomida es todavía historia viva y su lección no debe olvidarse, pues está claro que su autorización se hizo sin  las cautelas necesarias. El fármaco se introdujo en el mercado en Alemania el 1 de octubre de 1957 y al poco fue prescrito para los mareos matutinos de las embarazadas. Tomado en el primer trimestre del embarazo, cuando se forman los miembros del feto, produjo monstruosas deformidades en centenares de niños nacidos a finales de los cincuenta y principios de los sesenta, principalmente en  Canadá, Europa y Japón. Alrededor de 125 de aquellos niños forman ahora la Thalidomide Victims Association of Canada (TVAC) para proporcionar ayuda y mejores servicios a los afectados, pero también para que no se olvide la trajedia. El testimonio de Randy Warren, fundador y presidente de la TVAC, es tan escalofriante como escueto: “Durante su embarazo, a mi madre le recetaron talidomida contra los mareos matutinos. Mi madre tomó talidomida dos veces, dos cucharaditas de té en total. La talidomida fue la causa de mis discapacidades congénitas, por las que he necesitado 32 operaciones en toda mi vida y he pasado unos ocho años en el hospital antes de cumplir los 16, en una ciudad distinta a la que vivían mis padres”.

Hoy la talidomida puede aliviar el sufrimiento y mejorar la calidad de vida de otros enfermos. No se puede ignorar pero tampoco prohibir, porque fomentaría el mercado negro. Por eso su reintroducción en el mercado se ha hecho en Estados Unidos con no pocas cautelas para asegurarse que ninguno de los pacientes, hombres o mujeres, que reciban tratamiento engendrará hijos desde un mes antes de iniciar el tratamiento hasta un mes después de concluirlo. Pero los afectados piden algo más. “Pedimos que se investiguen análogos que sustituyan a la talidomida, con todos sus beneficios pero sin sus efectos teratogénicos”, afirma Warren. “Y para cuando se desarrolle el nuevo análogo, pedimos la eliminación de la talidomida de este planeta”.


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