Sobre las ideas de belleza, felicidad y salud contenidas en una casa
Villa Savoye, la casa que proyectó Le Corbusier en 1929 como paradigma del nuevo movimiento moderno de edificación, luce 80 años después como una vivienda unifamiliar hermosa que podría ser para muchos un hogar idílico. Situada en Poissy, a las afueras de París, esta espaciosa casa sostenida sobre pilares, rodeada de naturaleza y con un jardín en su cubierta, pintada toda ella de aséptico blanco y con profusión de ventanas y cuartos de baño, fue diseñada pensando ante todo en su funcionalidad, como una “máquina de vivir”, para facilitar la vida de sus ocupantes y, por qué no, hacerlos más felices. Sin embargo, sus primeros y únicos habitantes, la familia de Pierre Savoye, fueron tremendamente infelices en ella porque, entre otros problemas, la cubierta plana ajardinada era un coladero para la lluvia.
“Llueve en el recibidor; llueve en la rampa, y la pared del garaje está completamente empapada. Más aún, sigue lloviendo en mi baño, que se inunda cuando hace mal tiempo”, escribió la señora Savoye al arquitecto en 1936, seis años después de entrar a vivir en este icono de la vivienda del siglo XX. Y un año después, harta de problemas sin solucionar, le espetó a Le Corbusier: “Tras innumerables peticiones por mi parte, finalmente he admitido que esta casa que usted construyó en 1929 es inhabitable (…) Hágala habitable de inmediato. Sinceramente, espero no tener que recurrir a acciones legales”, según cuenta el escritor y filósofo Alain de Botton en su libro >. La II Guerra Mundial empujó a los Savoye a abandonar una casa que nunca fue un hogar feliz para ellos, por muy bella que le pareciese a Le Corbusier y a los defensores del movimiento moderno, el racionalismo y la funcionalidad. Como dice De Botton, “villa Savoye puede parecer una máquina concebida por una mente práctica, pero en realidad era una locura con motivaciones artísticas”.
Una obra de arte no es necesariamente un hogar. Sin embargo, todo hogar que se precie de ello ha de ser necesariamente bello para sus ocupantes. La belleza no es, pues, una idea abstracta y universal, sino “una promesa de felicidad”, como dijo Sthendal. Y la idea de felicidad depende de la idea que cada uno tiene de sí mismo, de sus deseos y aspiraciones, y en este sentido una casa es bella, es un auténtico hogar, cuando satisface los deseos conscientes e inconscientes de sus habitantes, cuando facilita su bienestar físico, mental y social y les ayuda a sacar lo mejor de sí mismos como personas. El desastre urbanístico actual es un cóctel de avaricia e ignorancia que refleja en cierto modo el nivel cultural de una sociedad, pero también su horizonte de salud. Hay infinidad de viviendas construidas en los últimos años que difícilmente pueden llegar a ser un auténtico hogar para nadie. Cualquiera puede salir adelante en las peores condiciones, claro está, pero el desprecio por la belleza que se observa en muchos de nuestros pueblos y ciudades es un menosprecio de la felicidad. Y eso, sin duda alguna, pasa factura en términos de salud.
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