Sobre el desconocimiento de la lengua como riesgo para la salud
Algo tan intangible como es la lengua, el conocimiento de un idioma, puede representar un riesgo para la salud. ¿Acaso no tienen que ver muchos accidentes laborales y de otro tipo con las dificultades de las personas para entender las alertas y advertencias de seguridad? ¿No es cierto también que esa falta de comprensión lingüística puede impedir el acceso a información clave para la prevención de enfermedades o para recibir cuidados de salud de calidad? ¿Y que, en general, las barreras culturales y lingüísticas entre médicos y pacientes comportan una peor atención sanitaria? Probablemente todo esto sea cierto, aunque hace falta conocer con precisión la magnitud del problema.
En EE UU, donde hay un creciente número de personas que no habla inglés, las barreras idiomáticas son un problema que empieza a ser preocupante, pues se calcula que unos 40-45 millones de adultos son analfabetos funcionales (carecen de la suficiente comprensión lectora para funcionar socialmente) y otros 50 millones de ciudadanos están pobremente alfabetizados. Un 35,1% de los que hablan inglés y un 67,1% de los que hablan español tienen una alfabetización marginal o inadecuada en temas de salud, según señala un estudio publicado en el número de febrero de 2007 del Journal of Health Care for the Poor and Underserved, una revista dedicada específicamente a los problemas de salud de los más desfavorecidos editada por la Johns Hopkins University. En este trabajo se ha abordado en concreto el problema que representan las malas traducciones de los textos médicos y de salud (Quality in Medical Translations: A Review), un asunto menor sólo en apariencia. Para los autores, Michael Fetters y Daniela García-Castillo, «sin la traducción de calidad de documentos médicos en el lenguaje de los pacientes, los proveedores de salud no pueden ofrecer cuidados de salud de calidad y los pacientes sufren el riesgo de recibir servicios inferiores». Las consecuencias clínicas de los errores de traducción, como son los retrasos en los diagnósticos y tratamientos, o las pruebas y hospitalizaciones innecesarias, pueden ser críticas para los pacientes. Como este problema afecta en EE UU sobre todo a los hispanoparlantes que no entienden correctamente el inglés, los autores de este trabajo sugieren que el estudio del español debería ser un componente obligatorio del plan de estudios de las escuelas de medicina de ese país.
Invertir recursos en hacer traducciones médicas precisas es sin duda una buena inversión de salud. Esta inversión parece justificada a ambos lados del Atlántico, pues tanto en EE UU como en España una gran cantidad de documentos médicos, desde recomendaciones clínicas a consentimientos informados, están escritos originalmente en inglés y deben ser traducidos. Y como quiera que los traductores son generalmente los propios médicos, sus competencias lingüísticas deben empezar a ser consideradas y abordadas como una cuestión de salud pública.
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