Belleza y elegancia

Sobre las nociones de progreso y estilo en arte y ciencia

Desde Sócrates, el padre putativo de la razón, la vía principal de acceso al conocimiento ha sido el raciocinio. Todos los racionalismos que en el mundo ha habido han aspirado a la comprensión del mundo mediante la lógica, el método científico y otras abstracciones. Por más que en la resolución de muchos de los problemas cotidianos la razón pierda una y otra vez frente a esa variante no bien comprendida de la inteligencia que es el instinto, el prestigio de la razón permanece inmaculado. Para explicar el mundo y la condición humana, la ciencia tiene un predicamento comparable al que en el pasado tuvieron las religiones, hasta tal punto que lleva camino de convertirse en la religión universal de nuestros días. Ha avanzado tanto que incluso hay quien se plantea que pudiera estar tocando a su fin, como sostiene John Horgan en su libro El fin de la ciencia.

Con todo, muchas de las cosas que interesan a los hombres, diríase incluso que las más importantes, siguen siendo ajenas e inaccesibles al conocimiento científico. Cuando Pascal decía que “el corazón tiene razones que la razón desconoce” venía a constatar lo que tantos otros han sentido y expresado de mil maneras distintas. El máximo contramovimiento a la razón llegó con el romanticismo, cuando la emoción y la pasión se elevaron expresamente a categoría de fuente de conocimiento. Aunque en el impuro mundo humano, la razón pura y la emoción pura son casos extremos e ideales de acceso al conocimiento, bien pueden representar el impulso primordial que ha generado el desarrollo de la ciencia y el arte.

Aunque la noción de progreso en el ámbito científico y tecnológico es innegable, en el caso del arte no está nada claro. Mientras la física de Einstein es objetivamente superior a la Newton,  ¿es acaso superior Joyce a Homero o Picasso a Durero? Ni siquiera el descubrimiento de la perspectiva en la pintura renacentista puede considerarse un avance respecto a la pintura egipcia, que por otra parte podría considerarse un anticipo del cubismo. Mientras cabe hablar de historia de los avances científicos, en el terreno artístico esto no es concebible. En la primera frase de su “Historia del arte”, Ernest Gombrich advierte: “No existe, realmente, el arte. Tan sólo hay artistas”. También hay científicos, es cierto, e incluso puede hablarse de cierto estilo al hacer ciencia. Pero no es lo mismo.

La diferencia de estilo entre unos y otros es comparable a la que hay entre la elegancia y la belleza. Los científicos indagan la verdad científica mediante teorías y experimentos, y si lo hacen con originalidad y calidad se llega a hablar, de hecho, de la elegancia de tal teoría o aquel elegante experimento. En cambio, decir que un escritor, un escultor, un pintor o cualquier otro artista es elegante es poco menos que minusvalorarlo o tacharlo de decorativo. La verdad artística es, o aspira a ser, bella, incluso cuando busca la belleza de la fealdad. Paradójicamente, el arte (el auténtico arte, se entiende) pasa por ser siempre y definitivamente cierto, mientras que la certeza de la ciencia es sólo provisional.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *