Sobre las nociones de inteligencia y aprendizaje
[divider_flat] La noción de inteligencia ha cambiado mucho en el último siglo, pero todavía resulta imprecisa, provisional y, sobre todo, carente de una base científica sólida. A principios del siglo XX, los psicólogos zanjaron el debate sobre la naturaleza de la inteligencia con una definición que suponía toda una declaración de intenciones profesionales: “la inteligencia es lo que miden los test de inteligencia”. La definición resultaba tan ofensiva a la propia inteligencia humana como operativa para los psicólogos, pues propició el desarrollo de todo un marco teórico y práctico basado en sofisticadas pruebas que supuestamente permitían medir la capacidad intelectual de las personas. El cociente intelectual (CI o IQ) era el destilado estadístico de estas pruebas, un número que resumía la inteligencia de una persona y que no sólo permitía separar en una escala los listos de los tontos, sino aventurar su éxito personal y profesional. A pesar del perfeccionamiento de los test, la vida, claro está, se encargaba de desmentirlos todos los días y de poner en evidencia que la inteligencia no es algo tan rígido y mensurable como la altura de una persona.
La aparición en 1983 de la teoría de las inteligencias múltiples, del psicólogo estadounidense Howard Gardner, representó un bofetón a la acartonada teoría de la inteligencia a la vez que un soplo de aire fresco para ventilar las aulas y reorientar los sistemas de enseñanza. En su libro Frames of Mind: The Theory of Multiple Intelligences, Gardner postulaba que no hay una única manera de ser inteligente, sino al menos ocho habilidades cognoscitivas diferentes. Estas ocho inteligencias, que permiten resolver muy diferentes problemas y están presentes en mayor o menor grado en todas las personas, son la lingüística, la lógico-matemática, la musical, la espacial, la motriz-cenestésica, la interpersonal, la intrapersonal y la naturalista (la capacidad de apreciar la naturaleza). Y aun habría una novena, todavía no bien fundamentada, que es la existencial, que alude a la capacidad de hacerse preguntas sobre la existencia humana. Sin duda, la principal aportación de Gardner ha sido reconocer como inteligencia capacidades como, por ejemplo, la de conocer a los demás o la de resolver problemas con el propio cuerpo, como hacen los deportistas.
La inteligencia quizá no sea nada más que una palabra, un constructo que es hijo de una cultura demasiado propensa a las dicotomías y al cefalocentrismo
Al margen de cuántas inteligencias pueda haber, uno de los grandes valores de esta concepción múltiple y diversa es que la inteligencia no se limita al razonamiento y, ni siquiera, al encéfalo. La llamada inteligencia emocional (un combinado de la interpersonal y la intrapersonal) pone en evidencia que la razón es sólo un aspecto más de algo que involucra a todo el cuerpo, desde la punta del pie hasta la amígdala (la localización del “corazón”). Ahora, más que nunca, la inteligencia es un concepto en revisión. Quizá no sea nada más que una palabra, un constructo que es hijo de una cultura demasiado propensa a las dicotomías y al cefalocentrismo, pero el futuro de la educación tiene mucho que ver con la noción de inteligencia que tengamos.
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