Tras siglos consagrados a la vigilia, la medicina lleva medio ocupándose del sueño
Del sueño, hay que reconocerlo, el médico sabe bien poco. Pero esto no es de extrañar: la medicina del sueño tiene apenas 50 años mientras que la medicina de la vigilia tiene ya bastantes siglos a sus espaldas. Los neurólogos y neurobiólogos que se han especializado en el estudio del sueño y sus trastornos han dado los primeros pasos en estas cinco décadas, pero todavía queda mucho por saber, como por ejemplo, para qué sirven las distintas fases del sueño o qué pasa si se suprimen. Y, por supuesto, falta una teoría general del sueño y una cierta comprensión del fenómeno desde el punto de vista filogenético. Sobre el insomnio, que es el trastorno más frecuente, tampoco parece que se sepa gran cosa: sigue siendo un cajón de sastre de problemas de muy diverso origen, el tratamiento farmacológico deja mucho que desear (crean un problema añadido sin resolver el original), los remedios precientíficos están a la orden del día y, en el mejor de los casos, se logra adoptar una saludable higiene del sueño. La apnea del sueño, el segundo trastorno por orden de frecuencia (afecta a más de un millón de españoles), no es mejor entendida que el insomnio. Y qué decir de los trastornos del sueño infantil: el éxito internacional del libro “Duérmete niño” del experto Xavier Estivill (varios cientos de miles de ejemplares vendidos en tres años en varios idiomas) y el hecho de que sea éste un libro que recetan los pediatras hablan por sí solos.
Con todo, el corpus científico sobre el sueño empieza a ser importante. La literatura científica sobre el tema recogida en MedLine tiene un volumen de más de 50.000 artículos relacionados con la palabra “sleep”. Este crecimiento del estudio del sueño se ha correspondido con una merma del tiempo medio que dedicamos los europeos al sueño nocturno: en lo que va de siglo ha pasado de nueve horas a siete y media. Los cambios en el estilo de vida laboral, familiar y social (hay unos 150 estudios que relacionan sueño y televisión) están en el centro de este cambio y de no pocos problemas a la hora de dormir. Los estudios epidemiológicos muestran que la mitad de la población española ha sufrido algún trastorno del sueño y que un tercio los padece de forma crónica. Cada semana salen a la luz nuevas investigaciones que a veces nos dejan perplejos. La semana pasada, por ejemplo, se presentó en Madrid, en la reunión anual de la European Respiratory Society un estudio, realizado por el equipo del neumólogo y experto en sueño Joaquín Durán, del Hospital Txagorritxu de Vitoria, con 1050 hombres y 1098 mujeres, en el que se ponía de relieve que un 26% de la población deja de respirar mientras duerme al menos cinco veces durante 10 segundos cada hora, rebasando el umbral de lo considerado normal.
Hoy mismo en un informe preliminar que publica The Lancet se echa por tierra un consenso que parecía bien arraigado y corroborado en la vida cotidiana de millones de personas que viven en los países desarrollados: el déficit de sueño (pongamos las actuales siete horas y media de media frente a las nueve de hace un siglo) no afecta a la salud física. Pero resulta que sí, que el déficit de sueño parece tener un efecto perjudicial sobre el metabolismo de los hidratos de carbono y algunas funciones endocrinas. Según los investigadores de Chicago que han realizado este estudio “estos efectos son similares a los que se ven en el envejecimiento normal y, por tanto, el déficit de sueño podría agravar las enfermedades crónicas relacionadas con la edad”. Esto no es más que una interpretación preliminar de unos resultados preliminares. Pero urge aclarar qué es el déficit de sueño y cómo afecta a la salud. Porque, ¿qué pasa entonces con la salud de los españoles, que dormimos una hora menos que el resto de los europeos?
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