Sobre el sueño como asunto científico y de salud pública
Una buena prueba de la poca relevancia de la medicina del sueño es que hasta ahora no se había celebrado en EE UU el primer congreso nacional sobre la materia. La First Nacional Sleep Conference, organizada en la sede de los Institutos Nacionales de la Salud de Bethesda los días 29 y 30 de marzo, ha querido reivindicar el papel central del sueño en la salud, tanto individual como pública. Y quien crea que esto no va con él, que preste atención a lo que dijo Carl Hunt, director del Nacional Center of Sleep Disorders Research (NCSDR): “Los problemas del sueño nos afectan a todos. Incluso si usted duerme lo suficiente como para sentirse con energía cada día, es probable que conviva con alguien que tiene un problema del sueño. Podría ser su madre, cuya apnea de sueño aumenta su riesgo cardiovascular; el conductor que le transporta, que podría tener un mayor riesgo de accidente por haber dormido mal; o su hijo, que tiene problemas en el colegio porque no duerme lo bastante”. De todas formas, tampoco hace falta señalar con el dedo para rendirse a la creciente evidencia (científica y de sentido común, que en este caso van de la mano) de que los problemas del sueño afectan a la conducta, el humor, el aprendizaje y la salud.
Sin embargo, parece haber un abismo entre el papel central del sueño en la salud y la atención sanitaria que merecen sus alteraciones. El espectacular éxito del libro de consejos “Duérmete niño”, de Eduard Estivill y Silvia de Béjar, es una buena constatación de la enorme envergadura de los problemas del sueño infantil, que repercuten en los padres. Una encuesta de la que se hacía eco el New York Times del 30 de marzo indica que los padres de niños pequeños pierden unas 200 horas de sueño anuales. Además, la encuesta refleja que los niños, desde los recién nacidos a los adolescentes, sufren graves carencias de sueño (unos 90 minutos diarios, de promedio), mientras menos de la mitad de los pediatras preguntan a los padres por los hábitos de sueño de sus hijos. Y es que los conocimientos derivados del impulso que han cobrado los estudios del sueño, no parecen haber calado todavía. Para evaluar los propios conocimientos, el NCSDR plantea un sencillo test (Interactive Test Quiz) de 10 preguntas básicas sobre la materia. En una de ellas se plantea si necesitamos dormir menos con los años. ¿Verdadero o falso? La respuesta es “falso”, aclara el NCSDR, porque “al envejecer no es que necesitemos dormir menos, sino que a menudo dormimos menos”. Esto se debe a que la capacidad de dormir largo y tendido y de entrar en los estadios profundos del sueño disminuye con la edad; además, la gente mayor tiene un sueño más frágil y puede sufrir enfermedades que alteran el sueño. A su vez, empieza a verse que la falta de sueño y sus alteraciones aumentan el riesgo de obesidad, diabetes y otras enfermedades. Pero poco se puede decir por ahora de forma categórica, excepto que la biomedicina y la epidemiología del sueño están en sus despertares. Buenos días.
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