Sobre el doble desafío del médico-como-enfermo y del médico-del-médico
Hay algo más difícil que ser un buen paciente o un buen médico: comportarse como un enfermo cuando se es médico y como médico cuando el que está enfrente es un colega. La literatura médica que se refiere a esta situación con etiquetas como doctoring doctors, doctor-as-patient, doctors-for-doctors, healing the healer y otras por el estilo (docs4docs es del médico australiano Tony Rogers) no es abundante. Pero los pocos estudios que hay reflejan que cuando el profesional de la medicina enferma no transita por el sistema sanitario como un paciente cualquiera y que esto tiene consecuencias negativas sobre su salud. Un reciente trabajo publicado en el British Medical Journal (BMJ) del pasado 29 de septiembre, ha querido hurgar en el problema para estudiar cuál es la percepción de los médicos de familia sobre sus actitudes ante la propia enfermedad y la de sus colegas. Los 27 médicos de familia encuestados vienen a constatar que su salud personal no sale precisamente beneficiada y que en caso de enfermedad son víctimas de errores que procurar evitar en sus pacientes: desde la automedicación a la demora en acudir a consulta, desde la negación de la enfermedad a la reacción de pánico. Y todo esto, reconocen los médicos británicos, porque encuentran dificultades para asumir el papel de pacientes (también el de médicos de un colega o familiar) y porque se sienten presionados para mostrar una imagen saludable que no tiene por qué corresponderse siempre con la realidad, como si los médicos fueran inmunes a la enfermedad y la falta de salud cuestionara su competencia profesional.
Tras hacer un punto y aparte para el personal escáner de conciencia, hay que constatar que en nuestro medio las actitudes y percepciones de los médicos no son diferentes de lo que refleja la bibliografía internacional. En este caso hay datos concretos y recientes, gracias a una encuesta realizada hace un par de años por el Colegio de Médicos de Barcelona (COMB) cuyos resultados y análisis verán la luz próximamente en Medicina Clínica. Algunos de los resultados más ilustrativos de esta encuesta, realizada con 795 médicos estratificados por edad, género y tipo de consulta, son estos: un 49,2% no tiene médico de cabecera o no reconoce a nadie como tal; sólo un 29% utiliza el que le corresponde en la seguridad social; un 48% carece de historia clínica; un 51% consulta con diferentes compañeros en vez de con su médico; sólo un 47% de todos los que acuden a la consulta de otro médico siguen sus indicaciones y, finalmente, un 81,6% se automedica. Si el común de los profesionales de la medicina tiene dificultades para gestionar bien su propia salud física, cuando lo que se resiente es la salud mental, las cosas son todavía más difíciles. En una profesión en la que más del 90% de sus miembros reconoce que sufre un estrés exagerado y en la que está arraigando el “síndrome del quemado”, los trastornos de ansiedad, unidos a menudo con conductas adictivas (al alcohol sobre todo, pero también a diversos psicofármacos), no son nada raros. Lo infrecuente es que el propio afectado lo reconozca y busque tratamiento médico. Por remediarlo, en Barcelona funciona desde 1998 el Programa de Atención Integral al Médico Enfermo (PAIME), una iniciativa promovida por el COMB y pionera en Europa (en EE UU existen unidades especiales como la de Douglas Talbott desde hace 25 años) que ahora se está trasladando a Madrid, Valencia, Navarra, Baleares y Córdoba. El éxito del PAIME, que no es sino la denominación eufemística de un programa confidencial (los nombres de los pacientes son supuestos) y gratuito de tratamiento de trastornos de ansiedad y/o adicción para profesionales de la medicina (teléfono 935 678 856), es la mejor constatación de que queda mucho por hacer para que los médicos sean tratados también y tan bien como un enfermo cualquiera.
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