Nos alimentamos de palabras que metabolizamos en preguntas y respuestas
[divider_flat] Las preguntas se amontonan y empujan unas a otras: ¿Por qué los humanos tenemos lenguaje? ¿Para qué desarrollamos un sistema tan complejo y creativo, sin parangón en el reino animal? ¿Cómo empezó todo? ¿Y dónde? Para quien crea que las respuestas importan más que las preguntas, hay que decirlo pronto y claro: no lo sabemos. Y en este plural hay que incluir a lingüistas, antropólogos culturales y de los otros, etólogos, genetistas y biólogos evolucionistas, científicos cognitivos y neurocientíficos, más otras yerbas raras e híbridos investigadores.
La discusión sobre el origen del lenguaje puede ser de lo más entretenida, y así ha sido desde Grecia. Mucho de lo que se ha escrito sobre estas cuestiones se caracteriza por ser pura especulación, muy elegante en el mejor de los casos, pero carente de pruebas empíricas. El estudio lingüístico de los patrones geográficos de la diversidad lingüística tiene sus limitaciones, y la entrada en escena de otros investigadores, como los estudiosos de los genes o del protolenguaje animal, ha ampliado mucho el campo de trabajo, aunque sin claros beneficios por el momento.
Pongamos un ejemplo. El 11 de abril de 2011, el psicólogo y antropólogo cultural Quentin Atkinson dejó boquiabiertos a científicos y lingüistas al afirmar en la influyente revista científica Science (uno de los dos templos de la ciencia, junto con Nature), que la cuna de la actual diversidad lingüística podría localizarse en el suroeste de África. Sus “pruebas” surgían del análisis comparativo del número de fonemas de 500 lenguas usadas actualmente (Phonemic diversity supports a serial founder effect model of language expansion from Africa).
Como la polémica estaba servida, el pasado 10 de febrero, el grupo de Michael Cysouw, del departamento de Lenguage y Genética de la Ludwig Maximilian University en Munich, criticaba en la misma revista las conclusiones de Atkinson calificándolas de “artefacto” por sus datos poco apropiados, su metodología sesgada y sus suposiciones sin justificar (Comment on “Phonemic Diversity Supports a Serial Founder Effect Model of Language Expansion from Africa”). Aplicando dicha metodología, replicaba, el lenguaje podía haber surgido en el este de África, en el Cáucaso o en otra parte bien distinta.
El lenguaje es, ciertamente, un hueso muy duro de roer para los investigadores de la evolución humana. ¿Surgió de forma gradual o súbita? ¿Como evolución del lenguaje corporal o como habla propiamente dicha? ¿Cómo consecuencia de la evolución genética o de la evolución cultural? ¿Cómo adaptación o como mero subproducto?
La evolución, sospechamos, no tiene un plan definido, sino que está gobernada por el azar. El caso es que, sin saber muy bien cómo, cuándo, dónde y por qué, nos hemos hecho verbívoros. Y, claro, quien se alimenta de palabras no puede evitar metabolizarlas en preguntas y respuestas, según las preferencias metabólicas (léase, culturales) de cada cual.
Foto: eyesplash / Flickr
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