Dormir

Sobre la reivindicación del lugar central del sueño en la salud

[divider_flat] El sueño es el gran olvidado de la medicina y del bienestar en la acelerada vida moderna. Por diversas razones, durante mucho tiempo la medicina se ha desentendido de él, se ha centrado en el estudio de los trastornos de la vigilia y no ha sabido otorgarle el papel central que merece en el contexto de la promoción de la salud y la prevención de enfermedades. Las cosas, sin embargo, han empezado a cambiar y sobre el sueño –o mejor dicho, la falta de sueño– están empezando a caer responsabilidades inimaginables hace unos años. Dormir poco y/o mal es un factor de riesgo de múltiples problemas de salud, que van más allá de la simple fatiga.

La reciente publicación de un informe en la revista Archives of Disease in Childhood sobre la influencia del déficit de sueño en los niños en el desarrollo de la obesidad es un ejemplo de lo que pueden sacar a la luz algunas investigaciones. Diversos estudios están poniendo en evidencia en los últimos años que la reducción de las horas de sueño altera el sistema hormonal (la insulina, el cortisol y la hormona del crecimiento, entre otras hormonas) y el metabolismo, favoreciendo el desarrollo de la resistencia a la insulina, la diabetes, la obesidad y las enfermedades cardiovasculares. Según explica autor del informe, el endocrinólogo Shahrad Taheri, de la Universidad de Bristol, el sueño insuficiente, además de estimular el deseo de alimentos ricos en calorías, pone en marcha un círculo vicioso: provoca fatiga, lo que reduce la actividad física, que a su vez reduce el gasto energético y conduce a la obesidad, que por sí misma deteriora el sueño.

Los estudios de otros muchos expertos, como Eve Van Cauter, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chicago, están empezando a aportar algunas claves para entender cómo la alteración hormonal es la causa principal de todos los síntomas y trastornos de la falta de sueño, desde la irritación y la falta de memoria a la hipertensión y el envejecimiento acelerado. La secreción elevada de cortisol, un mecanismo defensivo ante la agresión que representa la falta crónica de sueño, podría además dañar las células cerebrales y el sistema inmunitario, aumentando la vulnerabilidad a las infecciones y a otras enfermedades.

Parece que la biomedicina empieza a tomarse en serio el estudio del sueño y sus trastornos. Sólo en EE UU ya hay más de 250 clínicas del sueño y en todos los países están proliferando las unidades hospitalarias especializadas para abordar el insomnio, la apnea obstructiva y otros muchos trastornos del sueño. Queda mucha investigación básica por hacer, pero también muchos estudios clínicos y, sobre todo, una gran tarea de divulgación de la higiene del sueño, para deshacer ciertos mitos (por ejemplo, que los ancianos tienen que dormir menos) y alertar de los peligros de acortar las horas de descanso nocturno. El sueño, igual que la dieta sana y el ejercicio regular, es uno de los pilares de la salud y, como dijo Shakespeare, “el principal alimento de la fiesta de la vida”.


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