Sobre las muchas incertidumbres y las pocas certezas de la demencia más frecuente

¿Cómo reaccionaría si le dijeran que tiene la enfermedad de Alzheimer? Esta pregunta se la formularon al filósofo Gustavo Bueno el pasado domingo en un programa de libros de La 2, y este indomable pensador de 75 años, haciendo uso de un sentido común tan rotundo como infrecuente, dijo que era imposible contestar a esa pregunta porque si realmente tuviera la enfermedad seguramente daría una contestación muy distinta a la que podía ofrecer en su situación actual. Está claro que las facultades mentales que exhibe Bueno están en las antípodas de las que puede mostrar un paciente con esta enfermedad, pero el pensador quiso ir aun más lejos y dejar claro que sus capacidades mentales, desde la memoria al entendimiento, no sólo no habían mermado en absoluto sino que se potenciaban con los años. El entrevistador, Fernando Sánchez Dragó, le recordó los “millones de neuronas que se nos mueren cada día”, y el bueno y osado de Bueno, en un alarde de autodominio, fe en el libre albedrío y confianza en las propias fuerzas —o capacidad de resistencia—, le replicó que eso son zarandajas y que ya se encarga él con el ejercicio intelectual de crear nuevas conexiones neuronales, que es lo que importa, y ponerse así a salvo de la enfermedad de Alzheimer.

¿Qué hubiera respondido Ronald Reagan hace unos años, cuando su rostro no era la imagen del cartel del día mundial del Alzheimer? Algo bien distinto, sin duda, pero quizá tampoco revelador de la enfermedad que ya se desarrollaba en su cerebro. Su caso sirve ahora para llamar la atención sobre el cariz epidémico de la enfermedad (entre 17 y 25 millones de afectados en todo el mundo, de los cuales unos 350.000 en España), que se desayunan un día sí y otro también con nuevas noticias sobre los esfuerzos de la medicina por comprender su origen, encontrar un remedio y ayudar a los afectados.

Sin embargo, las noticias de cada día pueden crear cierta confusión social que acaba llegando al médico por boca de sus pacientes. Haciendo un repaso de las noticias del último trimestre que han trascendido a los medios, encontramos que se ha difundido que la testosterona puede reducir la producción de la proteína del Alzheimer (Proceedings of the National Academy of Sciences 2000;97:1202-1205), que los estrógenos también protegen (Journal of Neurology, Neurosurgery, and Psychiatry 1999;67:779-781), que las familias numerosas tienen más riesgo (Neurology 2000;54:415-420), que la escolarización corta o pasar la infancia en el medio rural aumenta el riesgo (Neurology 2000;54:95-99), que los casados está más protegidos (Neurology 1999;53:1953-1958) o que los pacientes con Alzheimer “moderado” todavía pueden conducir (Journal of the American Geriatrics Society 2000;48:18-22, 100-102). Y quizá alguien todavía recuerde lo que se dijo hace un año: “Un vaso y medio de vino al día previene enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer” (New Scientist del 9 de enero de 1999).

Todas estas noticias proceden de revistas respetabilísimas, pero eso no impide que contribuyan a crear confusión incluso en los médicos, por la disparidad de conclusiones y, sobre todo, de mensajes que trascienden a la sociedad. ¿Estrógenos o testosterona? ¿Conducir o no conducir? Lo que confirma este marasmo de informaciones es que hoy por hoy ni se conoce la causa del Alzheimer ni como curarlo. Sin embargo, hay mucho por hacer: lo primero un diagnóstico correcto y a tiempo. Para ello, y mientras llega el anunciado (para el 2000) Plan Nacional de Atención a los Enfermos de Alzheimer, puede consultarse el test de 7 minutos para el diagnóstico de la enfermedad (Recognition of Alzheimer’s disease: the 7 minute screen, Fam Med 1998;30:265-271).


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