El cuerpo encendido

Sobre lo visible y lo invisible a la luz de la proteina verde fluorescente

[divider_flat] Hacer visible lo invisible, ese es el propósito del arte, como decía Paul Klee. Pero también lo es, en buena medida, de la ciencia. Y no sólo figuradamente, revelando las leyes ocultas de la naturaleza, sino también en un sentido literal, permitiendo ver lo que era invisible a nuestros ojos. Así, con el desarrollo de los microscopios se pudieron ver los componentes intracelulares y con las nuevas técnicas de neuroimagen funcional se ha abierto una ventana a la observación del cerebro en acción. Ahora el último Nobel de Química ha premiado un logro que está revolucionando la biología molecular: la proteína verde fluorescente (GFP), una pequeña proteína que brilla con luz propia y que al adosarla a ciertas macromoléculas permite seguir su rastro en la célula y ver in vivo procesos bioquímicos invisibles hasta entonces.

El hallazgo de la GFP a partir de una medusa que brilla al agitarla y su posterior utilización para rastrear fenómenos como el crecimiento de células tumorales o de bacterias patógenas es un bonita historia que ilustra, por un lado, cómo la ciencia es una sucesión continua de investigaciones y, por otro, la importancia de la tecnología en el progreso científico. La GFP, aislada por Osamu Shimomura en 1962, es una cadena de sólo 238 aminoácidos que tiene color verdoso a la luz del sol, amarillento a la luz de una bombilla y verde fluorescente a la luz ultravioleta. Esta propiedad fluorescente permitió que otro científico, Martin Chalfie, desarrollara organismos clonados cuyas células marcadas con GFP se hacían visibles al ser iluminadas con luz ultravioleta. En 1994, este investigador mostró en Science gusanos C. Elegans clonados con el gen de la GFP, en los que ciertas neuronas brillaban con una resplandeciente luz verde. Un tercer investigador, Roger Tsien, descubrió más tarde que la florescencia de esta proteína residía en tres aminoácidos y consiguió desarrollar variantes de la GFP de diferentes colores (bautizadas con nombres tan apetitosos como mCiruela, mCereza o mNaranja), permitiendo rastrear a la vez diferentes proteínas. Shimomura, Chalfie y Tsien han recibido el Nobel de Química 2008 por sus contribuciones al desarrollo de lo que hoy es ya una herramienta habitual para el estudio de los procesos macromoleculares en laboratorios de todo el mundo, aunque desconocida por el gran público.

Lo que impulsó las investigaciones de Shimoura era saber dónde residía la fluorescencia de la medusa Aequorea victoria. Esta pregunta inicial, como suele ocurrir en ciencia, dio pie a nuevas e intrigantes cuestiones y, en este caso, permitió poner a punto una valiosa herramienta que ha facilitado nuevos trabajos y avances. Con las proteínas fluorescentes los investigadores pueden, entre otras cosas, estudiar los circuitos neuronales y su desarrollo. De hecho, un equipo ha diseñado un experimento, denominado brainbow, que muestra las neuronas de un ratón encendidas con todos los colores del arco iris, en imágenes que recuerdan en cierto modo a las acuarelas de Paul Klee.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *