Sobre los beneficios de la siesta y las dificultades de su estudio
[divider_flat] Los devotos de la siesta creen que les ayuda a reponer fuerzas, a reducir el estrés, a refrescar la mente… Pero, aparte de eso, ¿protege la siesta frente a la enfermedad coronaria? La pregunta fue formulada para la comunidad científica en un artículo que lleva este interrogante por título (Does a siesta protect from coronary heart diseases?), publicado en The Lancet en 1987 por Dimitrios Trichopoulos, profesor de epidemiología de la Escuela de Salud Pública de Harvard. Este investigador sospechaba que la siesta podía ser un factor protector, pero en los 20 años siguientes pocos se aventuraron a responder científicamente a su pregunta, y en todo caso lo hicieron con estudios observacionales y a veces contradictorios. Así que tuvo que ser el propio Trichopoulos quien respondiera en 2007 en Archives of Internal Medicine con nuevos datos que asociaban la siesta con una menor mortalidad coronaria en personas aparentemente sanas, especialmente entre los varones que trabajan.
La siesta ha sido habitual en poblaciones con baja mortalidad coronaria, como las de China o España. Para validar esta pista, que podría estar contaminada por factores de confusión como la dieta o la carga de estrés, el estudio de Trichopoulos se orientó al seguimiento de una cohorte (grupo de estudio con un rasgo en común) de 23.681 personas. Este grupo era la cohorte griega del estudio prospectivo europeo sobre cáncer y nutrición o EPIC (los participantes compartían la ausencia de historial de enfermedad coronaria, ictus o cáncer al empezar el estudio), pero pudo ser utilizada asimismo para valorar la relación de la siesta con la enfermedad coronaria, ya que de todos los individuos se disponía de información sobre la frecuencia y duración del sueño a mediodía. Tras un seguimiento de 6,32 años de media, y ajustar algunas variables de confusión, como la dieta o el ejercicio, se concluyó que la mortalidad coronaria de quienes duermen la siesta de forma habitual u ocasional es un 37% y un 12% menor, respectivamente, en relación a quienes no la duermen.
Trichopoulos, un investigador especializado en epidemiología del cáncer, sólo ha dedicado a la siesta dos artículos de los centenares que ha publicado en revistas médicas. Pero por ahora es quien ha aportado los datos más solventes sobre los efectos beneficiosos de la siesta, aunque hay que tener en cuenta que no se ha realizado ningún ensayo controlado sobre esta cuestión. Tampoco parece probable que vaya a hacer, por las lógicas dificultades de estandarizar la intervención, pero si hubiera evidencias que demostraran que la siesta previene el infarto o el ictus, podría llegar a ser recetada como una medicina. En cualquier caso, no hay evidencias en contra, por lo que los devotos pueden seguir disfrutando de la siesta, una costumbre que no es un invento español, aunque sí lo es la palabra con la que se la conoce en medio mundo y que deriva del latín “hora sexta”, la pausa que se hacía al mediodía para descansar del trabajo. Eso sí, se recomienda que la hora sexta no dure más de media hora.
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