Más que palabras

Sobre el lenguaje médico, su vigor y sus flaquezas

Antes de cualquier otra consideración sobre el lenguaje médico, debe tenerse presente que hay más palabras médicas que palabras de uso común. Por sorprendente que parezca, un diccionario médico tiene más entradas que uno de la lengua. Frente a las 87.000 voces del Diccionario de la Real Academia Española o las 75.000 del Diccionario del español actual de Manuel Seco, el Diccionario terminológico de ciencias médicas ronda las 100.000 y el Dorland’s Illustrated Medical Dictionary las supera ampliamente. Esta extraordinaria riqueza del lenguaje médico implica que saber medicina es en buena medida conocer este lenguaje especializado que se ha venido enriqueciendo desde hace 25 siglos.

El uso y dominio de este vasto corpus terminológico, sustancialmente de origen griego y latino, es una aventura filológica, humanística y científica que se ejercita cada día y se pone especialmente a prueba en las publicaciones. Con todo, a nadie se le escapa que el inglés es hoy la lingua franca en medicina, la lengua dominante en libros y revistas, en congresos y reuniones, en internet y el correo electrónico. Incluso la literatura médica que se escribe en español se apoya de forma abrumadora en referencias bibliográficas en inglés, por lo que «todo autor médico es en buena medida también traductor», como dice el médico Fernando A. Navarro, uno de los expertos que más y mejor han explorado los problemas de la traducción médica al español, y autor del Diccionario crítico de dudas inglés-español de medicina. Los falsos amigos y un montón de palabras de traducción engañosa hacen que la literatura médica en español no sea tan clara y precisa como debiera.

«La bibliografía médica actual más renquea que trota por los predios de nuestro castellano». Así arranca un reciente artículo publicado en Medicina Clínica (El lenguaje médico español. La realidad y el deseo) en el que se hace una aproximación a la calidad de la literatura médica en español desde el punto de vista de los autores. Aunque el trabajo de Jaime Locutora y Juan Francisco Lorenzo se basa sólo en 24 encuestas, consideran que las publicaciones en español son «medianamente precisas, claras y concretas en su forma, siendo su lenguaje ciertamente pobre, quedando lejos de lo deseable en estos aspectos».

La precisión, la concisión, la concreción y la falta de ambigüedad son valores que no están reñidos con la riqueza expresiva, la claridad y la amenidad. Y todos ellos son necesarios en la literatura médica. Pero, además de todo eso, hay que estar alerta ante el sesgo oculto en la elección de las palabras, porque no es lo mismo decir «capa de ozono» que «escudo de ozono», «cantidad de óxido nitroso» que «sobrecarga de óxido nitroso», «amenaza» que «interacción», como advirtió en un libro ya clásico (The bias of science, 1979) el científico australiano Brian Martin. Porque las palabras siempre son más que palabras, y al menos en la literatura científica se ha de exigir una sana pretensión de neutralidad.


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